Dr. D. Cándido Flores Sellés
Córdoba, 12 de febrero de 2017
IN MEMORIAM
Dr. D. Cándido Flores Sellés
En más de una ocasión he manifestado que fuel el periodista González-Ruano el que, hace décadas, dijo, con su peculiar ironía, que a los españoles se nos daban las necrológicas como a nadie, pero esta ocurrencia suya fue, sin duda, una impertinente exageración porque en estas horas, pocos días después del fallecimiento de mi amigo, el catedrático Cándido Flores Sellés, a uno se le enmudece la voz y no puede por menos de plasmar en unas cuantas palabras una muy incompleta semblanza de su persona.
Cuando en septiembre de 1976, a mis veinte y pico años, fui a ver al director del Instituto de Torremolinos, D. Tomás H. Santurtún, a la primera persona que vi en un vacío patio de pinos y cemento fue a Cándido, el cual me miró, con esa mirada suya de Anthony Hopkins, como diciendo: «¿A dónde va este joven?». Ni entonces mismo, ni poco tiempo después, pude imaginar que nuestra amistad no se interrumpiría en 40 años. Escapadas de un día a ver Ronda, Antequera, Úbeda, Baeza, etc., a Linares y sus Torneos Internacionales de Ajedrez, etc., etc. Breves huidas con colegas amigos como el mencionado Tomás, Mariano Alba y algún otro a tomar un gin-tonic o un coñac recalentado en la calle San Miguel, o paseos cabe el Bajondillo o La Carihuela desde cuyas terrazas, en frase de otro insigne poeta y profesor universitario salmantino, se podían divisar bellos horizontes para rejuvenecer el espíritu con «hodiernas jóvenes llenas de femenil encanto y donosura», o, escapando de los entonces confines borbollescos, y en estampida finisemanal, viajar a Robleda (Salamanca) en plena umbría de la Sierra de Gata, parando brevemente, de paso hacia el norte, en ciudades cargadas de historia como Zafra, Mérida, Cáceres y Coria y en algún otro lugar de la recia, querida e inefable Extremadura. Son, en fin, tantos los recuerdos, tantos los mensajes epistolares en 40 años que uno queda abrumado por la inmensa avalancha de momentos inolvidables.
Pero el profesor Cándido Flores, además de un leal amigo, fue, sobre todo, un buen padre de familia, un hombre de mucho estudio y ningún alarde. Licenciado en Filosofía, Catedrático de Griego de Instituto y Dr. en Historia con una Tesis monumental sobre el 'Epistolario de Antonio Agustín' (teólogo, embajador, diplomático y renacentista español del s. XVI). Cándido fue una persona culta, un humanista en el más amplio sentido de la palabra, hombre de múltiples lecturas de variada temática, una persona versada en mil saberes, nada que ver, por cierto, con muchos ignaros y zoquetes politicastros que aparentan lo que no son, y con un muy peculiar sentido del humor entre críptico, pícaro, cachondo y metafísico.
Se puede decir que entre la Valencia lejana de su infancia, la ya larga familia (alguna «predilecta»), «dilecta» diría él en broma, la brisa marina de las soleadas costas y playas de Málaga y Torremolinos, su ajedrez, sus lecturas, sus amigos y su «último caminar entre las dunas», tenía Cándido repartida el alma.
Sirvan estas sentidas palabras para rendir un modesto homenaje al amigo que se fue, un tributo que debió de haberse hecho mucho antes cuando habitó entre nosotros. Descanse En Paz.