Entre todos lo matamos
Málaga, 3 de julio de 2017
COLABORACIÓN
Entre todos lo matamos
Que nadie se apunte el tanto; el Corpus como tal y la procesión como manifestación pública de la Solemnidad, nos la hemos cargado entre todos. Unos porque han podido; otros, porque no hemos podido hacer nada, o hecho mal, y hemos consentido.
¿Aún no se han dado cuenta de que la tarde y a las 18.30 no es lo más apropiado? La procesión, por la mañana, después de la Misa Estacional.
A la pregunta de, abuelo, ¿y esta es la procesión del Corpus?, le comentaba a mi nieto:
Si hijo, sí. Antiguamente, cuando yo tenía tu edad, las calles estaban alfombradas de verde juncia, juncos y enea de la ribera del rio que daban cierto frescor. A cada lado de la calle, rematada con un toldo de arpillera, cubrían carrera los soldados del glorioso ejército español, que después de sobrepasarlos la carroza sacramental, acompañaban desfilando marcialmente precedidos de la escuadra de gastadores, banda y música, y la Bandera de España tan maltrecha hoy día, menos cuando juega la selección nacional de futbol. Era la puesta de verano en los que podían.
Los señores vestían más de etiqueta, igual que las señoras que guardaban sus encantos, como decía el poeta, tras celosías de encajes. Los guiones se inclinaban nada más que ante Jesús Sacramentado y la megafonía corría a la altura de los primeros pisos, engalanados con reposteros y mantones, por gran parte del recorrido. Como no cabía tanta gente en la catedral, la bendición no se escatimaba y se impartía en esos monumentales altares efímeros que se instalaban en Plaza de José Antonio, hoy Constitución; Acera de la Marina o Plaza de Félix Sáenz, estos últimos cambiaban alguna vez. Ahora hay pequeños, todos juntos, como si se apoyaran unos a otros para no caerse. El recorrido era más largo a excepción del primer año del cambio en que se le dio la vuelta a la catedral. Lo nunca visto y así nos luce. Era uno de esos días en que la familia tomaba el aperitivo en El Pombo, Bar Campos, Del Pino, Los Claveles, La Alegría o La Cancela... ya lo dice el adagio popular: Málaga ciudad bravía, la de las mil tabernas y una sola librería. Y no te cuento la Octava del Corpus, o el Corpus en la Trinidad, la otra acera de la ciudad, la más humilde. Precioso.
Aún resuenan en mis oídos las instrucciones que D. José María Eguaras impartía por los altavoces, con su voz y estilo tan peculiares. ¡Cuántos años haciéndolo!
Me he tenido que reír, por no llorar, cuando he visto la plaza de la Constitución sin el altar de la Agrupación de Cofradías; lo mismo que hice cuando desapareció el de la Adoración Nocturna del atrio catedralicio. Cierto es que estaba delante de la puerta por donde tiene que pasar el Santísimo.
Hace años, entregué un borrador de un posible orden procesional y algunas notas que podían ayudar a enderezar el rumbo. Ni caso. Por supuesto, no fui invitado a colaborar.
Nuestra obligación es poner de manifiesto con toda solemnidad y boato el Cuerpo de Cristo, y cuando digo de manifiesto, quiero decir de forma pública y no en culto interno. Empezamos por darle el mismo tratamiento que a cualquier otro culto público (procesión). Ni la banda de Bomberos se ha enterado, de que debe cambiar el repertorio e incluir alguna marcha que no sean las habituales de Semana Santa. Este año, ni se ha tocado el Himno Nacional al entronizar al Santísimo; igual no se ha querido molestar a alguien o la liturgia ha cambiado, y no es correcto. Litúrgicamente correcto, es el artilugio de la megafonía, todo un alarde de tecnología punta.
No voy a entrar en enumerar detalles, como el del cabezazo ante el altar de la Sagrada Cena con guión y directiva a pie, firme, de calle, recibiendo los parabienes de colegas y respetable. Descansen e incorpórense a su sitio en la procesión que es donde tenían que estar, ahí con una pequeña comisión de la albacería correspondiente bastaba.
Nos hemos cargado todos los detalles que pueden dar alicientes a la sagrada procesión del Cuerpo de Cristo. Los enseres, la indumentaria, casullas de las de antes; que el Señor Obispo y canónigos, van revestidos como debe ser y no les ha ocurrido nada. No es cuestión de hacer una procesión interminable es, simplemente, poner lo que hay que poner y bien puesto. Menos velas y bien llevadas; menos bastones y bien llevados; la música en su sitio, acólitos bien vestidos, y los cánticos en los altares que deben o deberían ser asumidos por los arciprestazgos y así, acudirían más fieles congregados alrededor de su obra efímera esperando el paso de la carroza sacramental.
Antiguamente, esta era empujada por el clero (no entro en el rango) y si no puede ser así, pues que lo hagan tres o cuatro personas vestidas de librea o chaqué, situadas en los laterales. Unos servidores en sustitución de tanto paseante con medalla; los batidores a caballo de rigurosa gala, y la ciudad, corporativamente representada, como en otras manifestaciones religiosas. No se debe excluir a nadie.
Lo que se plantea mal, sale mal. Nuestra ciudad es otra cosa. La tradición tiene y debe ser lo más pura posible; en el momento que se comienzan los cambios y las pruebas, y el querer pasar a la historia como sea, destrozamos lo que tanto trabajo costó conservar en el corazón y en el tiempo.