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Médicos maltratados
Trabajan para salvar vidas. Se formaron durante años y, al terminar sus estudios, se comprometieron a cuidar de los demás con honestidad y respeto. Pero algo está fallando y los médicos han empezado a dar la voz de alarma ante la creciente ola de violencia por parte de quienes deberían encontrar en ellos un salvavidas: los pacientes.
Explican desde de la Organización Médica Colegial (OMC) que en España se produce una agresión contra un médico cada diez horas. Concretamente, durante el año pasado se registraron 847, un 28 por ciento más que en 2023. Estos datos sitúan la cifra total desde hace quince años en 8108 agresiones. «Vivimos en una sociedad en la que el insulto ha reemplazado al argumento, y el respeto se ha ido desplazando hacia la crispación constante», asegura su presidente, Tomás Cobo Castro. Y eso se nota en las consultas, sobre todo en el ámbito de la Atención Primaria, un sector donde se recogen casi la mitad de todas las agresiones denunciadas.
«Somos la puerta de entrada a la sanidad, el primer sitio al que acudes para pedir ayuda, pero también el que peor trato recibe», denuncia Carolina Pérez de la Campa, médica de familia y delegada de la Asociación de Médicos y Titulados Superiores de Madrid (AMYTS). Explica la doctora que las discrepancias con la atención médica recibida, los tiempos de espera prolongados o la negativa a conceder bajas laborales o recetar los medicamentos concretos que exigen los pacientes tras visitar al 'doctor Google' son algunas de las razones que pueden convertir a un paciente en un agresor. Además, la desinformación y la creciente cultura de la inmediatez han contribuido a un clima de hostilidad hacia los profesionales sanitarios.
María Justicia | Médica de familia
El capítulo más doloroso que he vivido fue cuando trabajaba en el servicio de urgencias. Una señora vino a traer a su hija, que tenía una crisis de ansiedad. Yo le dije que debía esperar a ser atendida, pero se alteró muchísimo, me cogió del pelo, me tiró al suelo y me arrastró hasta que me arrancó un mechón. También atacó a la residente... Leer más
Pero, más allá de los datos, cada agresión es una herida que se arrastra durante años. Pérez de la Campa ha vivido la violencia en primera persona, tanto física como verbal. «Me atacó la hija de un paciente porque exigía que le diera un aparato de control de diabetes que no necesitaba». Y, aunque aquello ocurrió hace ya casi diez años, la situación de terror para muchos profesionales de la salud no ha mejorado mucho.
«Es increíble cómo hemos pasado del aplauso durante la época de la covid al insulto –añade–. Nosotros somos los primeros que no estamos de acuerdo con el poco tiempo que les podemos dedicar a los pacientes, pero estamos sobrecargados. Hay centros que funcionan con menos del 50 por ciento de los médicos que se necesitan, así que es normal que la gente se ponga nerviosa. Muchas veces no los podemos atender adecuadamente, pero nosotros no somos los culpables de las listas de espera». Y el resultado es terrible: del total de denuncias, el 48 por ciento corresponde a amenazas y coacciones; el 39 por ciento, a insultos y vejaciones; y el 11 por ciento, a agresiones con lesiones físicas.
Carolina Pérez de la Campa | Médica de familia
A lo largo de mi carrera he tenido que enfrentarme a muchas amenazas e insultos, pero sufrí una agresión física que me marcó durante mucho tiempo.
La mujer que me atacó tenía unos 40 años y venía a mi consulta para acompañar a su madre. Llevaban ya tiempo pidiendo un aparato de monitorización de glucosa en sangre, pero ella no era candidata a... Leer más
En cuanto al perfil de la víctima de la violencia sanitaria, el informe señala a mujeres de entre 25 y 55 años en un 62,4 por ciento, frente al 37,6 por ciento de hombres. «Un paciente al que no le quise dar la baja laboral porque no lo consideré oportuno me llamó 'hija de puta' y me dijo que donde tenía que estar es en mi casa fregando», cuenta la doctora María Justicia, que también ha sufrido la violencia física. El desencadenante de la agresión es imprevisible: «Un hombre me amenazó y me llamó de todo porque no quise recetarle un fármaco muy específico para cardiopatía isquémica, cuando él estaba totalmente sano y solo lo quería porque se lo había recomendado su entrenador personal».
Lo físico se cura, pero lo emocional se queda. «Por eso es tan importante denunciar. Sabemos que hay muchos compañeros que no lo hacen por miedo a represalias o porque piensan que no va a servir de nada, pero está demostrado que es una medida disuasoria para que los violentos no vuelvan a reincidir». Y los datos confirman su mensaje. «Solo el 43,5 por ciento de las agresiones comunicadas han sido denunciadas, lo que subraya la necesidad de un mayor compromiso para frenar la violencia y proteger a los profesionales de la salud», aclara José María Rodríguez, secretario general de la OMC, que anima a los médicos a no normalizar estas situaciones para que no se repitan.
«Tenemos algunos profesionales negacionistas que piensan que, como a ellos no les han agredido, esto no está pasando», explica Manuel Yanguas Menéndez, interlocutor policial sanitario de la Policía Nacional, una figura creada en 2017 para mejorar la respuesta a este tipo de violencia contra profesionales asediados en centros de salud, hospitales o atención domiciliaria. «Las estadísticas demuestran que muchos agresores son reincidentes porque saben que no les pasa nada. Es decir, si alguien chilla al médico, monta el pollo en la sala de espera y le pasan el primero sin cita, ¿qué hará la próxima vez? Pues lo mismo. Por eso la denuncia es el único sistema. Si tienes que pasar por un calabozo o por delante de un juez, la cosa cambia. De los 106 detenidos el año pasado, ninguno ha reincidido».
Pero la denuncia no puede ser el único remedio. Hay que concienciar: si ya faltan médicos en Atención Primaria (hay un déficit de 5000 profesionales, según la Sociedad Española de Salud Pública), piensa en el entusiasmo de los jóvenes estudiantes a la hora de decantarse por esta disciplina. Y suma que el 14 por ciento de las agresiones acaba en baja laboral. «Lo más doloroso de esta situación no es solo el daño físico o verbal, sino el sentimiento de desprotección», explica la doctora Justicia. «No puede ser parte de nuestra vocación soportar el abuso mientras intentamos salvar vidas».