
El monstruo de bata blanca
Secciones
Servicios
Destacamos
El monstruo de bata blanca
Viernes, 13 de Junio 2025, 10:18h
Tiempo de lectura: 11 min
Francia tiene un nuevo monstruo. Se llama Joël Le Scouarnec. Acaba de ser condenado a 20 años de prisión por haber abusado de 299 personas: 158 varones y 141 mujeres. Más de cien casos de violación y más de 180 de agresión sexual. La edad media de sus víctimas: 11 años. Ha sido el mayor juicio de pederastia de Francia y, posiblemente, del mundo. Le Scouarnec, de 74 años, cometió los crímenes entre 1989 y 2014, mientras trabajaba como cirujano en varios hospitales del oeste de Francia, principalmente en Bretaña. Se especializó en cirugías gastrointestinales y operó a miles de niños. Aprovechó los momentos en que estaban solos en sus habitaciones del hospital para degradarlos. Algunas de sus víctimas aún estaban anestesiadas; con otras fingió que sus agresiones eran procedimientos médicos.
Los días en la sala del tribunal de Vannes, entre febrero y mayo, fueron abrumadores. Cada día, las fotos de los niños abusados se proyectaban en la pantalla, niños en cuyas sonrisas faltan los dientes de leche, que sostienen un balón o se sientan en un triciclo.
Pero el juicio contra Joël Le Scouarnec no solo ha mostrado la inhumanidad de un individuo. También ha demostrado cuánto ha cambiado la forma en que se habla de la violencia sexual desde el inicio del movimiento #MeToo en 2017. Se trata de una nueva resistencia de los afectados. El principio del fin del silencio. El principio... Porque se puede animar a las mujeres adultas a enfrentarse a sus violadores, pero ¿cómo se escucha la voz tenue de un niño? ¿Por qué nos resistimos a admitir que algo tan terrible pueda pasar a los niños que tenemos cerca?
En el banquillo se sentó un monstruo. Pero ¿no han hecho algo también monstruoso quienes no hicieron nada para evitarlo? ¿La dirección del hospital, por ejemplo, que lo contrató, pese a que había sido condenado en 2005 por visitar sitios web de pornografía infantil? ¿O las enfermeras que permitieron al cirujano hacer solo las visitas a los niños y no acompañarlo, como indica la ordenanza?
Durante diez semanas, los antiguos pacientes de Le Scouarnec comparecieron en el estrado. Más de 180 de sus víctimas decidieron denunciarlo, y muchos de ellos acudieron a la sala del tribunal de Vannes para declarar en su contra.
Sarah tenía 9 años cuando Le Scouarnec la operó en 2001. Hoy, con 33, recuerda cómo se subió a la camilla en ropa interior, cómo Le Scouarnec ordenaba sus instrumentos médicos, cómo tocó su vientre, sus muslos, sus genitales. «Pensé que tenía que ser así». No recuerda haber hablado de ello con sus padres, pero puede recordar el momento en que Scouarnec se inclinó sobre su abdomen y comenzó a sonreír. «Todo me pareció normal, tenía confianza». Luego desarrolló una compulsión por la higiene, en el colegio tenía que salir constantemente del aula para lavarse las manos. Los otros niños empezaron a reírse de ella.
Yann tenía 19 años cuando llegó a la consulta de Le Scouarnec en 2000. Hoy, con 45 años, le resulta difícil hablar de ello. En el estrado tardó un tiempo en contar cómo varias veces el médico tocó su pene, sus testículos. «Me pareció normal». La jueza le preguntó si había acudido luego a un psicólogo. «Sí –dice Yann–, pero no sirvió de mucho, no soy muy hablador». Yann comenzó a temblar en el tribunal mientras se limpiaba las lágrimas con la manga de la chaqueta.
Agathe tenía 8 años cuando Le Scouarnec la operó. Recuerda que en la consulta había una muñeca Barbie a la que cepillaba el pelo. Recuerda que el médico le pidió que entrara, que pasó tras un biombo, que dejó de ver a su madre... «Ahora –dijo en voz baja–, debido a que hoy sé lo que monsieur Le Scouarnec me hizo, puedo clasificar mejor mucho de lo que siento, pero...». Luego leen su informe psiquiátrico: «La víctima sigue sufriendo un gran desequilibrio psicológico».
El médico no era solo un depredador sexual, era un coleccionista criminal. Llevaba un registro de cada agresión. La Policía encontró sus horripilantes diarios durante un registro domiciliario en 2017. La hija de los vecinos de Le Scouarnec, de 6 años, contó a sus padres cómo la había tocado por encima de la valla del jardín y estos denunciaron de inmediato.
Los investigadores encontraron miles de páginas de anotaciones del cirujano. Pocas víctimas pueden recordar lo que les sucedió en el hospital. Algunos eran demasiado jóvenes, otros estaban bajo anestesia, otros sufrieron lagunas de memoria debido al trauma. Las notas del médico fueron la prueba central del proceso.
A partir de 2017, la Policía francesa buscó a las víctimas. Algunos reaccionan como Orianne, de 40 años: «Llevo tres décadas esperando una llamada de la Policía». Aunque, dice, nunca estuvo segura de poder confiar en sus recuerdos. Otros se enteraron por la Policía de que fueron violados y se descubren a sí mismos como un apunte en el diario de un delincuente sexual. El médico describe y evalúa sus cuerpos, pone sus pensamientos en la cabeza de los niños, afirmando que desean que los toque. Luego cuenta cuántas veces introduce su dedo en la vagina o el ano.
Algunas de las víctimas tuvieron que salir de la sala mientras se leían las notas. Le Scouarnec escuchaba en silencio hasta que la jueza le pedía que se levantase. A cada descripción del hecho la sigue su confesión. «Admito que violé a este niño». Y una y otra vez: «He abusado de tu infancia para satisfacer mis impulsos de delincuencia infantil. Pido perdón». Son frases preparadas. En sus diarios se confiesa «exhibicionista, voyeur, sádico, masoquista, escatológico, fetichista, pedófilo». Y, escribió, «ser muy feliz» por ser así.
En el tribunal declararon antiguos colegas que destacaron sus habilidades como médico, que dicen que nunca hubo motivos para dudar de su idoneidad. Sin embargo, sí hubo alertas, comentarios de algunas personas, quejas que desaparecieron en la burocracia hospitalaria.
En 2005, Le Scouarnec había sido condenado por tenencia de imágenes de pornografía infantil, pero no cumplió pena de prisión: «Por los pelos», escribió en su diario. De hecho, pudo trabajar en hospitales por un «fallo administrativo»: la sentencia no llegó a figurar en su historial.
Pero lo más devastador es que todos en su familia, de una y otra forma, sabían que era un agresor sexual. Los testimonios de sus familiares revelaron años de silencio y de incesto. Los primeros en declarar fueron dos de los tres hijos de Le Scouarnec. Uno de ellos, el mayor, empezó contando, con naturalidad, que él mismo fue víctima de abusos sexuales por parte de su abuelo, el padre de Joël Le Scouarnec, una decena de veces entre los 5 y los 10 años.
No denunció, explicó, porque así se lo sugirió su madre, quien, dijo, también fue víctima de abusos sexuales por parte de otro familiar. Y aun más desconcertante es que el hijo afirmase: «No lo puedo odiar porque no tengo nada que reprocharle como padre, a la vez que no puedo perdonar lo que hizo, porque es lo mismo que mi madre y yo sufrimos». El hijo menor, hoy de 38 años, aseguró, en cambio, que nunca fue consciente de nada y dijo tener un buen recuerdo de su infancia, con una madre entregada «al cien por cien».
Y, sin embargo, la declaración de esa madre, la exmujer del médico, fue aún más terrible: dudó de los testimonios de las víctimas al recordar que su propio hijo, el que sufrió abusos sexuales de su abuelo, le dijo que a algunos menores «les gusta eso». Fueron los hermanos del cirujano los que apuntaron a la exmujer como quien realmente sabía lo que pasaba y no hizo nada. Pero lo cierto es que la hermana del cirujano sabía más que la exmujer y lo gestionó todavía peor. Porque una de sus propias hijas le había confesado que su tío había abusado de ella. Le Scouarnec abusó, de hecho, de las dos hijas de su hermana, violaciones por las que fue condenado en un primer juicio en 2020. La hermana del pederasta alegó en su defensa para no denunciar que creía que sus hijas eran las únicas víctimas. «Subestimé su peligrosidad», dijo. Y añadió «desde pequeña te enseñan a guardar silencio».
El caso de Joël Le Scouarnec recuerda a otro monstruo francés: Dominique Pelicot, el hombre que drogó a su esposa durante años, la violó y la ofreció a docenas de hombres para que también abusaran de ella. La cantidad y la edad de las víctimas son diferentes, pero ambos hombres documentaron meticulosamente sus crímenes. Y se volvieron cada vez más seguros de sí mismos con los años. Como nadie se interpuso en su camino, cruzaron cada vez más límites.
La ira y la determinación de las víctimas también son similares. Gisèle Pelicot se convirtió en un icono en todo el mundo al dar la cara en el juicio contra su marido en 2024. «La vergüenza debe cambiar de bando», dijo ella, recogiendo la frase que primero enunció la actriz francesa Adèle Haenel, abusada por un famoso director cuando era menor de edad. Tras esos casos, en el juicio por abuso infantil contra Le Scouarnec, pocas víctimas solicitaron declarar protegiendo su identidad: prefirieron mirar a la cara a su agresor.
Pero el problema en este caso es mayor. Porque el abuso sexual de niños es considerado aún con demasiada frecuencia como un caso aislado que solo afecta a ciertas familias o entornos. Nada más lejos de la realidad. En Francia, según datos oficiales, uno de cada diez niños sufre abuso sexual. Y la campaña Uno de cada Cinco, del Consejo de Europa, resume los datos de varios organismos europeos para llegar a esa alarmante conclusión.
Igual que los hombres que cometen delitos sexuales contra mujeres suelen abusar de su poder como superiores, el mismo patrón se aprecia si se escucha a Le Scouarnec en el tribunal. Una de sus frases más frecuentes es: «Me beneficié de llevar la bata blanca de médico». Era consciente de que su posición como cirujano le daba una autoridad especial. Enfatiza a la vez que su trabajo nunca se vio afectado por sus inclinaciones: «El cirujano fue siempre en mí más importante que el pedófilo». Por el bien de los niños, no reprimía sus impulsos, pero sí por el bien del trabajo. La lógica de Le Scouarnec replantea el viejo debate sobre la separación entre el artista y la obra. Le Scouarnec dice: «Yo era pedófilo. Pero a la vez un cirujano con ética».
Una abogada quiso saber qué momentos eligió para atacar a los niños. Respondió: «Aproveché sistemáticamente cada oportunidad». Las 'oportunidades' surgían de prohibir a los padres sentarse junto a su hijo en la sala de anestesia, decir a las enfermeras que prefería estar solo con el niño, saber que nadie lo cuestionaba, buscar víctimas que no se defenderían. «Asumí que un niño no se atrevería a acusarme».
Cuando la abogada Camille Kouchner publicó el libro La gran familia, en 2021 –en el que describe cómo su padrastro, el conocido politólogo Olivier Duhamel, violó a su hermano durante años–, surgió el movimiento #MeTooInceste. Miles de personas contaron en las redes sociales cómo habían sido abusadas por miembros de sus familias. Hasta el presidente, Emmanuel Macron, se dirigió a las víctimas: «Estamos aquí. Te escuchamos. Te creemos. Y nunca volverás a estar solo». En aquel momento se fundó, además, la Ciivise, una comisión estatal que trabaja sobre la violencia sexual contra los niños.
Pero esta primavera ha estallado otro escándalo en Francia. El abuso en el interna-do católico Bétharram en los Pirineos, que afecta al actual primer ministro, François Bayrou, que fue responsable de la escuela como político local y defendió al internado de las acusaciones. En abril se supo que su hija también había sido abusada por un educador de Bétharram.
En el juicio de Scouarnec habló Thierry Baubet, codirector de Ciivise y profesor de psiquiatría infantil. Un niño, dice Baubet, no tiene idea de lo que es la sexualidad, solo conoce la ternura. No puede clasificar como 'sexualizado' lo que experimenta. «Para abusar de los niños, los perpetradores construyen una 'normalidad', que tiene la apariencia del padre, el sacerdote, el médico... Y, como dependen de su entorno, los niños temen hacer o decir cualquier cosa que desequilibre esa presunta normalidad».
Y Baubet añade: «También hay muchas víctimas que han hablado. Pero o nadie las escuchó o nadie fue capaz de interpretar sus palabras». Y urge a poner fin a eso.
Manon Lemoine fue violada por Le Scouarnec cuando tenía 11 años. Lemoine describe su estancia en el hospital como una «pesadilla difusa» que la convirtió en una niña llena de ira. Cuando la Policía la informó de lo sucedido, supo al fin que sus presentimientos durante todos estos años habían sido correctos.
«Habrá un antes y un después de este proceso –dice Lemoine–. Intentaron exterminarnos, convertirnos en sombras». «Pero no –dijo mirando a Joël Le Scouarnec en el juicio–: nos han convertido en un ejército para luchar contra hombres como usted».