Borrar
Mi hermosa lavandería

Reflexiones alrededor de 'Franco y yo'

Isabel Coixet

Viernes, 27 de Junio 2025, 11:15h

Tiempo de lectura: 3 min

Franco y yo, de Jesús Ruiz Mantilla, es uno de esos libros que suponen un terremoto silencioso que cambia algo fundamental en el paisaje de tu comprensión. Mientras pasaba cada página, no podía evitar pensar en las conversaciones que nunca ocurrieron, los silencios que dieron forma a toda una generación.

Ruiz Mantilla no escribe sobre Franco como lo hacen los libros de historia. Él no nos da al dictador como monumento o como demonio. En cambio, nos da algo más inquietante: Franco como el fantasma que acechaba las mesas de comedor españolas, el nombre que hizo que las conversaciones se detuvieran a mitad de la frase, la sombra que cayó a través de la infancia y dio forma a los contornos de lo que se podía y no se podía decir.

Al leerlo, recordé mi propia infancia, las cosas de las que los adultos dejaban de hablar cuando los niños entraban en la habitación

La maestría de este libro no radica en lo que revela, sino en cómo te hace sentir el peso de lo que nunca se dijo. Al leerlo, recordé mi propia infancia, las cosas de las que los adultos dejaban de hablar cuando los niños entraban en la habitación, la forma en que ciertos sujetos parecían tener barreras invisibles a su alrededor. Todos tenemos nuestras propias versiones de estos silencios, ¿verdad? Los secretos familiares, los traumas históricos, las cosas que nos dieron forma precisamente porque permanecieron suspendidas en el aire como hachas invisibles. 

Lo que más me llama la atención del enfoque de Ruiz Mantilla es cómo entiende que la memoria no es solo personal, sino que se hereda. La España sobre la que escribe es aquella en la que la presencia del dictador se sintió no solo en los grandes gestos de opresión, sino en las pequeñas adaptaciones diarias que la gente hizo con miedo. La forma en que una madre podría cambiar de tema. La forma en que un profesor podría mirar hacia otro lado. La forma en que toda una sociedad aprendió a navegar alrededor de lo indescriptible.

Hay algo profundamente cinematográfico en su prosa, el modo en que construye escenas que se sienten a la vez íntimas y universales. Casi puedes ver la cámara moviéndose a través de estos momentos: un primer plano de manos desgastadas doblando un periódico, una toma amplia de una cena familiar donde la silla vacía parece ocupar todo el espacio de la habitación. Esta es una narración que entiende el poder de lo no dicho, el peso de lo casi revelado: descubrimos a la profesora que le dio clases de inglés a Franco o contemplamos a ese espectro aquejado de párkinson que lloraba por los rincones de El Pardo la muerte de Carrero Blanco. 

Seguí pensando, mientras leía, en cómo todos llevamos los fantasmas de los tiempos en los que no elegimos vivir. Cómo lo político se vuelve personal no a través de grandes gestos, sino a través de la acumulación de pequeños compromisos, pequeños silencios, pequeños actos de supervivencia que dan forma a lo que nos convertimos. Ruiz Mantilla captura esto con una precisión que es a la vez tierna y devastadora. Retratándose con la  bonhomía que le caracteriza hablando de la amistad o del amor. 

Al leer Franco y yo en 2025, me llama la atención lo relevante que es. En este momento, cuando las democracias se sienten frágiles y el pasado parece volver de maneras horriblemente inesperadas, la exploración de Ruiz Mantilla de cómo vive la dictadura en el inconsciente colectivo es urgentemente necesaria.

Al final, Franco y yo es una carta de amor a la complejidad de la memoria y a la posibilidad de que la comprensión, no el juicio, pueda ser el primer paso hacia algo parecido a la paz.