El escultor nos recibe en su estudio madrileño, tan grande como las proporciones de sus gigantescas piezas. Situado al lado de la plaza de las Ventas, sorprenden los 650 metros cuadrados y los más de 10 metros de altura de los techos. Lo primero que hace es enchufar la estufa de hierro, que podría tener casi dos siglos. Coge en la mano la obra en aluminio que ha hecho en exclusiva para XLSemanal y que acaba de llegar de la fundición de Galicia, donde tiene su segundo taller. La ha bautizado Conversación, una figura antropomórfica, como muchas de las familias de sus grandes esculturas. La ironía y el toque humorístico son los rasgos que caracterizan sus cincuenta años de trayectoria como artista y 'observador de la gente'. «Llevo toda mi vida analizando la condición humana. Mis piezas están cargadas de mensajes, pero los dejo entreverados. A veces parece que me estoy burlando, pero no hay maldad, sino cierta ternura», aclara.
XLSemanal. Lo que demuestra con su obra es que, a pesar de esa aparente burla de la condición humana, lo que tiene es un profundo respeto por ella.
Francisco Leiro. Sí. Te burlas del humano, pero al tiempo eres bueno con él. Juego con eso. Pero no quiero dejar nada sentado. Yo absorbo por todas partes; me interesa todo.
XL. Por eso, cada obra que hace es diferente a la anterior. Es como si se aburriera y tuviera que seguir siempre evolucionando.
F.L. Eso es verdad. Una de las razones que me llevó a ser artista fue el aburrimiento. Con 14 años me aburría jugando al fútbol, estudiando...
«Mi madre pintaba hasta que mi abuelo la mandó a aprender a coser. Escondió sus pinturas en el desván de casa. Para ella, yo fui su venganza»
XL. ¿No le gustaba el mundo a su alrededor?
F.L. No, buscaba la libertad porque no me gustaba lo que me rodeaba. Yo quería algo especial y lo encontré en la escultura, en el poder hacer las cosas tú solo, en silencio, sin que nadie te dijera nada.
XL. ¿Cómo reaccionaron sus padres?
F.L. Mi padre me dijo que me preparara para no tener un duro. Él era ebanista y tenía una tienda de muebles. Mi madre encontró en mí lo que ella quiso ser de joven. Pintaba hasta que mi abuelo la mandó a aprender a coser con una costurera. Escondió sus pinturas en el desván de la casa de Cambados. Para ella, yo fui su venganza.
XL. El ambiente artístico lo mamó por ambos padres.
F.L. Me crie en el ambiente propicio. Mi abuelo paterno era medio artista, ebanista también y tenía libros de arte. Me hice artista jugando. Iba a su casa los fines de semana y jugábamos a hacer esculturas con el barro. Con 13 o 14 años ya tenía esculturas hechas. Cuando llegué a la escuela de artes en Santiago, ya sabía modelar en barro.
XL. Los rasgos que mejor definen su obra son la ironía y el humor.
F.L. Siempre me ha interesado ese doble mensaje de la ironía. En muchas de mis piezas hay mucho de caricatura, humor de viñeta, picaresca. Me gusta mandar mensajes encriptados o a medio hacer. Sugerir, más que dar mensajes claros, y dejarlo abierto a la interpretación.
«Sigo viniendo al estudio cada día. Es mi 'modus vivendi'. Hago esculturas como quien desayuna o se hace una ensalada. Es una necesidad vital»
XL. A usted no le es ajena la actualidad. Muchas de sus obras tienen que ver con tragedias como la del Prestige o la guerra en Siria.
F.L. Es verdad, me afecta lo que pasa a mi alrededor. [Señala una impresionante obra en su estudio en la que hay cuatro personajes muertos intercalados por una columna]. Es una de las imágenes que nos llegaron de Siria cuando las ruinas de Palmira fueron bombardeadas. Me salió esa obra con los muertos blancos por el polvo de los escombros.
XL. Su obra es narrativa. Deforma cuerpos que usted inventa. No son personajes del natural, sino salidos de su imaginario. ¿Qué está queriendo contar?
F.L. Utilizo el cuerpo como lenguaje. Cada vez que hago una figura, estoy intentando ser libre, no atarme a ninguna ley anatómica. Son cuerpos inventados. Unas veces soy más expresionista y dramático, y otras busco las formas a través del cuerpo y la ropa. Pero, desde el momento en que levantas una escultura de cierta escala, estás provocando, queriendo despertar algo.
XL. Usted tiene una familia extensa de obras donde se fusionan cuerpo
y ropa, ¿no?
F.L. Sí, es muy importante esa fusión, donde no sabes muy bien si es una pierna ancha o un pantalón acampanado. Utilizo la ropa como un medio escultórico, para dibujar el cuerpo.
XL. ¿Se fija en la moda y en el cine?
F.L. La moda me gusta mucho desde siempre. Pero me gusta la moda más creativa. La de diseñadores como Issey Miyake o Rick Owens. Y de los españoles... ¡soy incapaz de salir de Balenciaga! Vi una exposición en el Metropolitan de Nueva York y me quedé impresionado. Los vestidos son esculturas. Hacía lo que hago yo con mis esculturas, que es crear volumen.
XL. Estuvo casi dos décadas en Nueva York. ¿Cómo le marcó?
F.L. Yo llegué a Nueva York ya maduro como escultor. Tenía 31 años y ya había hecho varias exposiciones en Madrid, había expuesto en la Bienal de São Paulo y en la de Sídney. Nueva York me fortaleció, me apuntaló en defender lo que yo quería ser. Porque vas con dudas. Era un momento de cambio de gustos estéticos, y lo figurativo se estaba pasando de moda. Imperaba el minimal, el pop o el arte más geométrico. Pero me di cuenta enseguida al llegar a Nueva York de que hay muchos caminos y que hay que defender lo que tú crees. No apuntarte a los gustos. Lo importante es imponer lo tuyo.
XL. ¿Cómo acogió el público americano a un gallego figurativo?
F.L. Comprobé que el americano de entonces no entendía bien la cultura europea, la tradición histórica de referencia. Esas referencias no existen en los americanos; ellos solamente tienen a sus artistas nativos de la Segunda Guerra Mundial hasta hoy. Y yo trabajo en 'otra cantera' y creo que cierto tipo de público americano no pillaba mis ironías.
XL. Usted fue de los primeros artistas españoles de la mítica Galería Marlborough. Para usted, su cierre hace menos de un año ha debido de ser especialmente duro.
F.L. Empecé a trabajar con la galería en 1989, en la sede de Nueva York. Casi toda mi vida profesional estuvo al lado de la Marlborough. Creo que habrá sido más duro para un artista que estuviera a mitad de carrera. Yo voy a cumplir 70 años… Yo ya estoy hecho.
XL. ¿Sigue trabajando como antes?
F.L. Sigo viniendo al estudio todos los días. Es mi modus vivendi. Yo hago esculturas como quien desayuna o se hace una ensalada. Es una necesidad vital. Aunque no tenga encargos públicos ni exposiciones, sigo haciendo esculturas igual. [Muestra las obras que tiene en proceso, como la de una mujer envolviendo con sus brazos su cuerpo: está 'en observación'].
XL. La crítica hablaba de usted como un artista a contracorriente, ecléctico, un outsider. ¿Se considera fuera del predecible mundo del arte?
F.L. Sería soberbia por mi parte. Me gustaría serlo o un underground. En los 70 quería estar en contra del sistema y hacer lo contrario de lo establecido, pero coincidió con la época que me tocó vivir. Mi primera exposición fue en 1975 y aún vivía Franco.
XL. ¿Cómo ve España cincuenta años después?
F.L. En general, bien, pero lo que no me gusta es la confrontación y la mentira, las fake news. La gente solo escucha lo que quiere oír…
XL. Falta verdad.
F.L. Claro. Aunque no se sabe tampoco cuál es la verdad. Yo soy el primero que no he contado jamás la verdad en mi arte. Mi trabajo es todo mentira [risas].
XL. Suele decir, quizá con humildad, que no se acaba de creer lo que hace. ¿Por qué?
F.L. Porque siempre estoy con la duda. No me atrevo a teorizar, aunque en el f0ndo lo haces porque las obras son fruto de una reflexión.
XL. Sus dos hijos no se han dedicado a la escultura. ¿Le hubiera gustado?
F.L. No me hubiera importado. Mi hijo es diseñador industrial y mi hija, actriz. Conozco hijos de artistas que se aburrieron del arte de tanto llevarlos a los museos. A los hijos hay que dejarles cierta libertad.