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«Lo más importante en la vida es invisible. Pero para hablar del alma hay que trabajar con el cuerpo»

Jaume Plensa, el escultor del alma

Premio XLSemanal 2025 de Creación

«Lo más importante en la vida es invisible. Pero para hablar del alma hay que trabajar con el cuerpo»

Sus esculturas expanden paz y belleza por todo el mundo. Desde todas partes le encargan obras y recibe público reconocimiento. El arte tiene un poder transformador, dice. Y él tiene el mágico poder de emocionar con sus esculturas, poemas de piedra, pesadas y etéreas al mismo tiempo. Galardonado con el Premio XLSemanal 2025 de Creación, nos recibe en su estudio y nos regala sus confesiones y reflexiones.

Viernes, 20 de Junio 2025, 11:12h

Tiempo de lectura: 10 min

Ruge una grúa gigante, chirrían las sierras eléctricas, resuenan martillazos... Y, sin embargo, en el estudio de Jaume Plensa, en una nave industrial de Sant Feliu de Llobregat, se respira paz. La transmiten las cabezas etéreas esculpidas y el hablar pausado y reflexivo de Jaume Plensa, un artista que vive en la poesía, la belleza y lo cercano. Conversamos más de una hora con este creador coleccionista de premios que se confiesa feliz de que sus esculturas alzadas en espacios públicos gusten y de que el público las sienta como algo propio. Ese es su objetivo –confiesa–: que ante sus obras sintamos una emoción íntima que nos una a ellas. Misión cumplida, señor Plensa. Las sentimos nuestras.

XLSemanal. Acaba de regresar de Estados Unidos. ¿Ha notado cambios desde que gobierna Trump? 

Jaume Plensa. Verifican más los papeles al entrar. Y nadie habla de política. Al menos con extranjeros. Conmigo no. 

XL. Hay descontentos allí también. 

J.P. Seguramente. Pero la forma de estar descontento de los norteamericanos es muy distinta a la de los europeos, creo yo. Ellos tienen un sentido positivo de las cosas. Lo entendí con el 11 de septiembre: yo estaba haciendo la Crown Fountain, y uno de los hijos de la familia Crown desapareció con los ataques a las torres y lo dieron por muerto. Les pregunté si querían cancelar el proyecto. Y contestaron: «No, lo hemos de hacer». Al hijo lo encontraron dos semanas más tarde en un hospital de Brooklyn. Pero, incluso pensando que había desaparecido, insistieron en hacer el proyecto. Siento una admiración profunda por ese país porque es un lugar donde todos tienen su oportunidad. 

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Es nuestro artista más internacional, sin haber renunciado a sus raíces. Pocos logran generar como él una emoción tan íntima ante sus obras, que ya sentimos como propias.

XL. ¿Donald Trump le preocupa?

J.P. No, lo que pasa es que es un gran comunicador. Sabe capitalizar nuestra atención. Ahora estamos hablando de él. Está en el centro de todas las conversaciones. Es un maestro en eso, pero no tiene más importancia. De aquí a cuatro años habrá otro.

XL. Es un mensaje tranquilizador.

J.P. Es que este año cumplo 70 y desgraciadamente he visto muchos Donalds Trump en mi vida y muchos Putins y Netanyahus. Es lo frustrante de la política, que más que unir nos separa. Es impresionante que en nuestro país no logren estar de acuerdo en algo nuestros partidos políticos. Siempre ha sido así. No tengo memoria de otra cosa. Yo soy un artista. Me dedico a repensar lo que hago. ¿Cómo puede ser que un político no?

«La última obra siempre crees que será la buena, la que justificará todos los errores. Me están saliendo obras muy espirituales, como si fueran susurros»

XL. ¿Un artista debe opinar? 

J.P. Un artista y un ser humano que pertenezca a la sociedad tiene este derecho y esta obligación. Es un mínimo al que nos obliga nuestra vida en común. 

XL. ¿A qué nos obliga? 

J.P. A intentar que, con tu actitud, las cosas, al menos a tu alrededor, mejoren. Tengo una sensación frustrante de que con el arte no resuelves problemas, no evitas ningún bombardeo, y te quedas un poco mal. Porque el arte tiene una capacidad transformadora enorme. Por ejemplo, tú no puedes juzgar a Miguel Ángel porque pintó la Capilla Sixtina. Ahora igual alguien diría que blanqueaba el poder. No, por el amor de Dios. Era una oportunidad. A veces se malentiende la función del artista. Pero eso es otra conversación. 

Poesía e Industria. En el estudio de Jaume Plensa se entreveran una poderosa belleza poética y un ambiente industrial. Abajo se trabaja en las esculturas. La zona de dibujo está en un altillo. «Me gusta mucho dibujar porque te da una cierta distancia con todo el 'pollo' que tengo abajo, donde hay mucha gente ayudando. Aquí, en el altillo, no necesito a nadie. Estoy solo. Y es tu mano directamente la que crea. En mi tipo de escultura hay una industria muy fuerte y hay veces en las que está bien poder distanciarte», explica el artista. /
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XL. Siguió el funeral del Papa. 

J.P. Intento seguir los funerales de los papas. La Iglesia tiene una capacidad escenográfica extraordinaria. Es como ver una ópera real. Estéticamente es impresionante. En el cónclave están las pinturas de Miguel Ángel. Ellos dicen que les inspira el Espíritu Santo. No me extraña, es que con aquello en el techo, por Dios, hasta yo sabría a quién escoger. 

XL. ¿Le llama la atención el boato?

J.P. No es por el boato; las coronaciones, por ejemplo, no me interesan. Es por las formas en las que la religión intenta comunicar con la gente. Tienen el mismo comportamiento todas las religiones: creen que Dios espera de nosotros cosas muy ricas, muy preciosas, y lo llenan todo de arquitecturas majestuosas. La gente dice que es una representación del poder; bueno, la central de un banco también es así.  

«Mi obsesión con la escultura es llegar a ese lugar lleno de recuerdos como el olor del pan cuando eras niño, tu madre, la cocina... esas cosas imborrables»

XL. Aquí, en su estudio, estuvieron Leonor y Sofía. 

J.P. Me gustaron muchísimo. Son dos mujeres superbién preparadas, hipercultas. Como tenía letras de alfabetos por aquí, empezaron a coger letras en árabe de sus nombres y dominaban bastante bien el árabe. Sí, me impresionó mucho y fue muy agradable esta visita. Sofía, sobre todo, era muy buena con los alfabetos.

XL. Le han causado buena impresión.

J.P. Sí, están muy preparadas. Yo creo que han hecho un buen trabajo. 

XL. ¿Les dedicaría una de sus cabezas o son demasiado mayores? 

J.P. Fue una pena, ya que, cuando me dieron el Premio Velázquez, estaba la Reina Letizia –que entonces era princesa– y lo estuvimos hablando porque entonces tenían una edad ideal. Yo dije: «Ah, pues yo encantado, me gustaría hacerlas en alabastro». Y ella me dijo: «Voy a intentarlo». Y nunca más supe de esto. Fue una pena porque hubiera sido muy bonito hacer esas cabezas.

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XL. ¿Cuál es su intención, su objetivo cuando crea?

J.P. No tengo, no hay una dirección, una voluntad, un discurso. Es como respirar. Nunca he sido un artista que se ha planteado unos principios que seguir ni unas obligaciones. Siempre he dado vueltas al mismo problema, que es el ser humano: de dónde venimos, adónde vamos, qué somos. También intentar materializar lo invisible ha guiado toda mi vida artística. Siempre he pensado que lo más importante en la vida es invisible y, en cambio, yo soy escultor, con grandes formas, con piedras, con pesos. Hay una contradicción, pero no la hay. Creo que para hablar del silencio hay que trabajar con el sonido; para hablar de la ligereza has de hablar del peso; y para hablar del alma, hablar del cuerpo.  

XL. ¿Lo invisible son los sentimientos, las ideas? 

J.P. Mi obsesión con la escultura es llegar a ese lugar que está lleno de recuerdos como el olor del pan cuando eras niño; tu madre, la casa, la cocina... estas cosas que son imborrables. 

«Leonor y Sofía estuvieron aquí. Están muy bien preparadas. Empezaron a coger letras en árabe de sus nombres y lo dominaban bastante bien. Me impresionó mucho»

XL. Sus obras conectan con la gente. 

J.P. Parece una contradicción, pero esa relación íntima se da mucho en el espacio público. La gente hace una foto de la pieza y así la aprehende. Ya la tiene y sigue andando. La obra se convierte como en un espejo en el que el espectador se refleja y puede mirar hacia dentro, hacia este mundo interior bellísimo que guardamos oculto. Esto es muy interesante. 

XL. ¿Por qué sus esculturas gustan a todos? 

J.P. Porque hay un mensaje directo. No hay una voluntad intelectual de arropar nada. No hay un discurso que busque que parezca más de lo que es. Lo que más me interesa es provocar ese momento que puede durar segundos. Todos recordamos nuestra vida por esos momentos de segundos que de pronto sientes como un «guauu...», y es tan cortito. Y es imborrable. A mí me pasó viendo el Moisés de Miguel Ángel. No lo he vuelto a ver. Pero no se me ha borrado. Esto es lo que me gustaría que pasara con mi obra. 

XL. Dice que queremos trascender, dejar algo. ¿Usted ya ha cumplido?  

J.P. No, yo no he dejado nada. La gente ha dicho que mi obra es de ellos. Es muy bonito. He hecho algo en nombre de otros sin darme cuenta. Una escultura en un espacio público ya no es tuya, es de la comunidad. Madrid ha transformado Julia en algo que le pertenece... y lo encuentro fantástico. Mucha gente no sabe ni que es mía la pieza, simplemente es Julia.  

«Encontré el amor de mi vida. Solo por eso ha valido la pena vivir. Y mi mujer me tendría que dar un pasaporte, porque yo considero que Laura es mi país. Donde ella viva viviré yo»

XL. Eso le gusta, claro.

J.P. Por supuesto que me gusta que hablen de mí, pero sobre todo me gusta que hablen de mis obras. Muchas veces envidio mis esculturas porque están en lugares fantásticos, calladitas y están en posiciones privilegiadas. Por ejemplo, la que tengo en Nueva Jersey, mirando Manhattan. Está delante de Manhattan, pidiendo silencio. ¡Qué envidia! 

XL. Hace cabezas porque le interesa «este cerebrito oscuro». ¿Por qué oscuro?   

J.P. He hablado mucho de lo importante que es la oscuridad en nuestra vida. Las ideas nacen de este cerebro que está en la oscuridad del cráneo. Las palabras en la oscuridad de la boca. Los niños en la oscuridad del útero. Lo importante en la vida nace en la oscuridad. La escultura tiene esta capacidad hermética tan poderosa, esta cosa casi telúrica que parece que esté guardando algo que no sabemos qué es. Es muy bonito. Mis rostros tienen los ojos cerrados porque se vuelven al interior. No están soñando. Tampoco están tristes ni ausentes. Simplemente están concentrados.

XL. ¿Hace balance de su vida y qué piensa? ¿He sido artista, encontré el amor de mi vida…?

J.P. Encontré el amor de mi vida. Solo por eso ha valido la pena vivir. 

XL. Una suerte. 

J.P. ¿Una? ¡Es la suerte! Lo demás es coyuntural. Y convertirte en artista no es una decisión, es inevitable. No te das cuenta y lo eres. A pesar de ti. Yo lo dejé varias veces al principio porque era muy complicado ser artista. Y cuando me fui a vivir a Berlín me di cuenta de que no sabía hacer otra cosa. Y dije: «No luches más contra ti. Eres artista». Eso fue a los 28 años, que ya es muy tarde.

XL. El amor de su vida lo ha mantenido. ¿Hay alguna fórmula? 

J.P. [Se ríe]. No, Laura me tendría que dar un pasaporte, porque yo considero que Laura es mi país. Donde ella viva, viviré yo. No hay conflicto. No sé, seguramente faltaba algo que ella completó. O al revés, no lo sé. Ha sido una aventura que ha valido la pena.

XL. Y, además, trabajan juntos. 

J.P. Sí, sí, y esto parece ser que es lo peor, me lo dicen amigos [se ríe]. Pero es que yo no sabría vivir si no trabajáramos juntos. Porque la obra acaba siendo tu vida... y tu vida, la obra. Los dos formamos parte de ella. Es muy difícil separar estas cosas. O al menos yo no sabría. Ahora, cuando empiezo el año, digo: «Este año no haré nada». Y al cabo de dos meses se ha complicado este año, y el siguiente también. En el fondo, nos gusta que se nos complique la vida.  

XL. Es espiritual, pero no religioso. ¿Cuál es la diferencia? 

J.P. Es como si dijeras «me interesa la política, pero no soy de ningún partido político». 

XL. No se adscribe a una religión. 

J.P. No, porque, cuando entras en una religión concreta, es como entrar en un partido político. Parece que interese más la gestión que la finalidad. En fútbol pasa lo mismo: solo hablan de si el presidente lo hace bien o mal. No hablan del partido. Y en la religión es lo mismo: se habla de quién mandará, no de en qué creemos. Acaba siendo una forma de gestión de un mensaje de alguien que es invisible. Es un poco extraño, pero yo sí que creo que hay algo que nos sobrepasa, por supuesto, pero no necesariamente ha de ser algo que se pueda representar estéticamente. 

XL. ¿Considera que ha triunfado?   

J.P. [Ríe]. Me lo preguntan regularmente y siempre digo que aún estoy esperando el proyecto que justifique todos estos años. La última obra siempre crees que será la buena, la que justificará todos los errores que crees que has cometido antes. Estoy acabando con el cantero que me ayuda dos esculturas que creo que es lo mejor que he hecho en mi vida. Esto es como una zanahoria que te lleva. Pero es así. No lo puedo evitar. 

XL. ¿De dónde viene la inspiración?

J.P. No lo sé. Me están saliendo obras muy espirituales. Como muy suaves, casi como si fueran susurros.   

XL. Su obra habla de lo próximo, de la importancia de tu vecino.  

J.P. No he querido ser internacional. Has de intentar ser universal, que no es lo mismo. Yo expongo en todo el mundo, pero intento ir lo más profundo que pueda en mis raíces, en mis orígenes, para conocerme mejor. Esté donde esté en el mundo, yo me siento como en casa. No tengo un sentimiento especial de estar aquí o allí. Ahora, lo cercano y lo lejano se han unido por la tecnología. Tengo un hijo que vive en Estados Unidos y estamos en contacto casi más que con el que vive en Barcelona. 

XL. Sus nietos están en Barcelona. ¿Ejerce de abuelo? 

J.P. Ya son mayores. Aunque he sido un desastre como abuelo. Pero tengo otras virtudes.