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Pequeñas infamias

Una reflexión sobre el hombre amenazado

Carmen Posadas

Viernes, 20 de Junio 2025, 10:58h

Tiempo de lectura: 3 min

Mi admirada Gioconda Belli escribió hace poco un artículo con el título Entender al hombre amenazado, que me pareció brillante, porque trata de una realidad que todos percibimos, pero de la que se habla poco: el hecho de que entre los hombres exista un creciente sentimiento de vulnerabilidad. Uno que, según Belli, solo se explica porque ellos perciben el feminismo como una amenaza.

Pocas voces se preguntan cómo nos estamos adaptando todos al inédito equilibrio de poder que hoy rige entre hombres y mujeres

Después de hacerse eco de estudios que indican que más de la mitad de los hombres dicen sentirse amenazados, mientras que uno de cada cuatro menores de 30 años considera que quienes se quedan al cuidado de los niños son «menos hombres», el artículo intenta descifrar los motivos de tal percepción. Me produjo gran alegría leerlo porque no son muchas las voces que intentan comprender a qué se debe este fenómeno. Por lo general, quienes buscan razones suelen hablar de machismo ancestral y actitudes impresentables. Pero rara vez hacen el ejercicio de ponerse en el lugar de ellos y preguntarse qué está ocurriendo en la sociedad y cómo nos estamos adaptando todos al nuevo e inédito equilibrio de poder que ahora rige entre hombres y mujeres.

Es evidente que, tras miles o incluso millones de años en los que ellos han sido el sexo preponderante, quedan resabios y conductas que no se pueden erradicar de la noche a la mañana y cuya traducción más trágica es un aumento alarmante de la violencia de género. Pero cierto es también que los hombres, en su gran mayoría, están haciendo un gran esfuerzo por adaptarse a esta nueva realidad. Dicho esto, los cambios de paradigma (y este es uno muy profundo) tienen sus efectos colaterales en forma de desajustes y puntos oscuros, e ignorarlos solo trae como consecuencia agravios y  malentendidos. Por ejemplo, hoy en día, el 44 por ciento de los hombres piensa que las políticas de igualdad han desplazado sus derechos y deberes  ante la ley. En especial, cuando se trata de denuncias de carácter sexual o de abuso de poder, en los que, en muchos casos, basta la palabra de la mujer para que se produzca una detención y/o una estigmatización que hace que el acusado se convierta en culpable hasta que se demuestre lo contrario. Con ser importante este punto de fricción, existen otros igualmente reseñables.

Señala Gioconda Belli, por ejemplo, que para ella el factor más sensible, «el que ha inclinado la balanza contra el feminismo es el que se refiere a las nuevas normas vinculadas a la intimidad y la sexualidad». Se refiere al  llamado 'solo sí es sí', que, «aplicado en un área donde el amor y la pasión no se suceden linealmente, hace que se llenen de interrogantes las relaciones naturales». Estoy de acuerdo también con esta apreciación de Gioconda y creo que, evidentemente, contribuye a hacer más profunda la sensación de amenaza que perciben los hombres. Pero, a mi modo de ver, la mayor dificultad está en que el cambio en el equilibrio de poder entre ellos y nosotras es tan inédito que unos y otras nos adentramos en terra incognita. Y lo hacemos, además, con mapas y brújulas del pasado.

Ocurre, asimismo, que este desajuste entre cómo eran las cosas antes y cómo son ahora requiere un cambio de enfoque no solo por parte de ellos, también por parte de nosotras. Uno alejado del feminismo de trinchera y/o revanchista, ese que tiende a considerar al hombre un rival, un enemigo incluso. Como también señala Gioconda Belli en su artículo, «en el discurso femenino actual no abunda la posibilidad de acercamiento, aprendizaje y redención mutuos». Y esta actitud, a mi modo de ver, además de ser una estupidez, es un error porque a la vista está que esta postura intransigente y ultramontana con respecto al sexo contrario lo único que consigue es que cada vez más hombres se hagan seguidores de partidos intransigentes y misóginos que han encontrado, entre aquellos que se sienten amenazados, un suculento caladero de votos. Y  mucho me temo que quien más tiene que perder con esta deriva somos, una vez más, nosotras. Nosotras, que por fin estamos consiguiendo que se nos escuche, que se nos respete, que se nos admire. Nosotras, que no queremos ser mejores que ellos, sino iguales en lo que a derechos y oportunidades se refiere. Iguales, pero a la vez distintas, con esa complementariedad que existe entre los sexos y que ha contribuido a hacernos lo que somos, dos caras de una misma y espléndida moneda.


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