Viernes, 27 de Junio 2025, 11:36h
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Escribió en sus diarios el filósofo Ludwig Wittgenstein que los actos deshonestos son irracionales, y por tanto resulta dudoso que acrediten la inteligencia de los que los cometen. Quienes toman el camino del fraude se creen más listos que el resto, o al menos tan listos como para encubrir sus acciones y escapar de la justicia. El ya enésimo caso de desenmascaramiento de unos defraudadores, esta vez emboscados en el corazón y la sala de máquinas del partido que gobierna el país, viene a probar hasta qué punto la corrupción, como bien razonan los lectores, se asocia a la mediocridad y a la estupidez. Gracias a los recursos con que la sociedad española cuenta para su autodefensa, los listos han quedado al desnudo. Y, con ellos, quien allí los puso y los confirmó.
LAS CARTAS DE LOS LECTORES
Elogio a la mediocridad
Una amiga que trabajaba como jefa de personal en una gran empresa de Zaragoza me dijo una vez que, si necesitaban a una persona para un puesto en la cadena, jamás cogían a una con muchos estudios porque se iría insatisfecha en cuanto le surgiera un mejor trabajo. Así, todo lo que la empresa hubiese invertido en instruir a esa persona lo perdería y tendría que volver a adiestrar a otra. Si cogían, en cambio, a alguien sin preparación, sus expectativas estarían completas. Rendiría más, procuraría no causar problemas y duraría más tiempo. Algo así ocurre con la gente de la que se nutre Sánchez: los brillantes no se someten, se saben competentes y sin problemas para encontrar trabajo. Los mediocres, en cambio, se arriman al poder porque son ambiciosos, quieren medrar y se saben regulares. En la privada no tienen nada que hacer porque priman los resultados y la eficiencia. Sin embargo, en el Gobierno se sienten complacidos: la remuneración está por encima de sus capacidades y solo deben someterse dócilmente a las órdenes del gallito del corral.
Venancio Rodríguez Sanz. Zaragoza
No lo entiendo
Me pregunto a quién se le ocurre (si llegas a ministro, que suele ocurrir muy pocas veces) meter la pata y casi seguro acabar en la cárcel. No lo entiendo. Que me lo explique. Es avaricia pura y dura. O son muy tontos o no se han dado cuenta de que la vida es otra cosa. Que les den... Yo sigo durmiendo por la noche. Y con eso a veces, bueno, casi siempre me vale. Y mira que me hubiese gustado ser ministro. Pero, para acabar así, me quedo como estoy. Haciendo cuentas.
Luis A. Diez. Correo electrónico
UCO Y UCI
Un terremoto político ha sacudido los cimientos de España. La clase política inmersa en dimes y diretes mientras la sociedad, ojiplática, comparte cábalas. Una ardua y minuciosa investigación, con paciencia oriental, aderezada con vigor, firmeza y constancia por parte de la UCO, está desenredando una frondosa maraña de corrupción. La gente repudia y desprecia unos comportamientos de individuos que en lugar de ser un dechado de virtudes se han comportado como villanos que erosionan la confianza depositada. La sociedad se muestra afligida ante tan detestable espectáculo. Los integrantes de la UCO arrostran con serenidad todo tipo de peligros; sus actuaciones, dignas de encomio, se basan en la prudencia, no en la debilidad y una total fidelidad a custodiar el orden. La gente de bien, ideologías aparte, les exhortamos a que no se amilanen ante posibles zancadillas. La corrupción, la putrefacción deben ser extirpadas de la sociedad: tolerancia cero, caiga quien caiga, sin distinciones. Gracias a la UCO, el Estado de derecho no ingresará en la UCI.
Francisco Javier Sáenz Martínez. Lasarte-Oria
LA CARTA DE LA SEMANA
Gracias por no ser tan listos
Vivimos rodeados de inteligencia: informes, expertos, algoritmos. Todo está diseñado por personas brillantísimas. Y, sin embargo, seguimos metiendo la tarjeta del revés y buscando las gafas que llevamos puestas. Yo no soy especialmente listo, lo confieso. Pero eso, curiosamente, me ha dado cierta ventaja: a veces, ver claro no exige un gran cociente intelectual, sino simplemente no complicarse la vida. Conozco a gente tan brillante que se pierde en su propio razonamiento. Analizan tanto que olvidan mirar. Mientras tanto, el camarero, la señora del mostrador o el compañero que no se cree superior a nadie dicen lo evidente. Y aciertan. La lucidez no siempre viene de la inteligencia, sino de la sencillez. Y a veces, de no necesitar impresionar a nadie. Así que gracias —de corazón— a quienes no se empeñan en parecer listos. Porque gracias a ellos, a veces, las cosas se ven mucho más claras.
Jorge Meana Álvarez. Gijón
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