Lo más sorprendente es que se trata de siete obras completas con material inédito. Es decir, que la discografía de Springsteen, con 21 discos de estudio, ha alcanzado los 28 de la noche a la mañana. Todos disponibles en streaming o en una edición de nueve vinilos y siete CD.
–Perder un álbum debe de ser una desgracia, pero siete suena a desidia. ¿De verdad nadie sabía de ellos?
–Yo sí. Sabía que había hecho la banda sonora de una película que no se materializó (Faithless, 2005). A partir de ahí tiré del hilo y vi que tenía un montón de álbumes no publicados.
El confinamiento llevó a Springsteen –que lucha contra la depresión con trabajo constante– a darse cuenta de todas esas canciones. «Me encanta grabar. Me mantiene cuerdo. Soy mejor persona cuando trabajo. He aprendido a equilibrar mi vida laboral con la personal para que no interfieran entre sí. No soy la mejor compañía dentro de mi cabeza».
"Escribo con frecuencia sobre el pasado que te atormenta y que vuelve para devolverte a la oscuridad. Eso resume gran parte de mi vida"
Si algo destaca de estos discos es su variedad. Las canciones de soledad y celos de The streets of Philadelphia sessions (1993), escritas cuando era padre primerizo; el country de Somewhere north of Nashville (1995); las canciones fronterizas de Inyo (1996); e incluso una obra orquestada: Twilight hours (2010).
–¿Cómo las mantuvo en secreto?
–Soy un tipo reservado. Y lo hacíamos todo en casa.
Los álbumes ilustran derroteros que la carrera y la vida de Springsteen podían haber tomado. En 1982 alquiló un rancho cerca del actual y grabó Nebraska, una obra maestra directa al corazón e inspirada en las sombras del «alma americana» (violencia, crimen, marginación, soledad, desesperanza, el bien y el mal...). Es un disco de personajes perdidos, rotos, abandonados... que buscan sentido a sus vidas. Para entonces, el Boss ya era una estrella mundial tras el éxito de bombazos rockeros como Born to run, del que ahora se cumplen 50 años, y el ambicioso The River, dos álbumes que suman más de 17 millones de copias vendidas.
Nebraska, austero, íntimo, profundo, fue el disco que siguió a ambos éxitos. Un regreso a las esencias que lo llevó a encerrarse poco después en su casa recién comprada en Hollywood Hills, donde grabó en el garaje una veintena de baladas sobre gente normal víctima de las circunstancias. Si en 1984, tal y como él tenía pensado, hubiera publicado LA garage sessions '83 en lugar de Born in the USA –su mayor hit, con 30 millones de copias vendidas–, su vida, el propio rock y la moda ochentera de las camisetas blancas y vaqueros de marca habrían sido muy diferentes.
«Cuando terminé Nebraska, pensé seguir esa línea –revela–. Disfrutaba trabajando en casa, me daba libertad para experimentar. Ya tenía casi la mitad de Born in the USA, pero no existían Dancing in the dark ni No surrender, y tenía sentimientos encontrados. No sentía que era el disco que quería hacer. Montamos un estudio en el garaje y toqué una acústica con una caja de ritmos antes de añadir los demás instrumentos. Era otra opción que tenía en mente».
LA garage sessions '83 está lleno de canciones sobre personajes que no pueden escapar de su pasado, lo que recuerda la vida del propio Springsteen; un tipo ambicioso, de clase obrera, que no recibió el amor y el respeto de su padre, un exconductor de autobús con problemas de salud mental. Sí, al igual que sus personajes, Springsteen carga con sus propios fantasmas.
«Escribo sobre eso con frecuencia: sobre el pasado que te atormenta, la deuda que tienes. Twilight hours cotiene una canción llamada High sierra, en la que un hombre abandona la ciudad y halla una existencia bucólica, hasta que vuelve alguien de su pasado para devolverlo a la oscuridad que intentó abandonar. Resume gran parte de mi vida».
El rancho de Springsteen es un hogar familiar de verdad, con sus libros usados y su calidez rústica, aunque sus hijos ya no vivan aquí. Evan, de 34 años, es programador musical en Apple; Jessica, de 33, es jinete profesional; y Sam, de 31, bombero en Nueva York. Sin embargo, en los breves momentos en que Springsteen se queda en silencio, se percibe esa desolación interior de la que no puede escapar. «Sí, porque los artistas que amamos son aquellos que tienen algo que los corroe. Dylan, Sinatra… ¿Qué les inquieta? Nos despiertan curiosidad porque todos tenemos algo que nos corroe, y eso alimenta la composición. Creas un personaje, captas los detalles, encuentras tu lado más íntimo… Así es como le das vida a la página y a la música».
Twilight hours, de hecho, es como llevar a partitura musical la famosa pintura de Edward Hopper Nighthawks, donde aparece gente sola y perdida en la noche, aislada en un café de la ciudad. «Twilight hours no se parece a nada que haya hecho. Fue divertido cantar en ese estilo romántico condenado al fracaso, pensando ¿qué haría Sinatra? Es tarde en la noche, estás sentado en el bar con un tipo que arrastra mucho arrepentimiento adulto...».
"En la pura incompetencia de Trump puede estar su destrucción. Pero no sé qué va a pasar. No he vivido algo así en toda mi vida y tengo 75 años"
Springsteen no parece un tipo urbano. Uno se pregunta cómo se sentía al ser una superestrella, a la altura de Madonna, Prince y Michael Jackson, en los ochenta. «Bueno, tenía 35 años. Ya había tenido experiencia previa (con la fama) a los 25, así que pude manejarlo. Disfruté el 90 por ciento del viaje, el otro 10 fue estresante. Estuvo genial estar en la cima. Pero no tenía ningún interés en quedarme allí. Es absurdo».
Por eso, después de Born in the USA, Springsteen se replegó sobre sí mismo, reflexionando sobre el final de su breve matrimonio con la actriz Julianne Phillips en Tunnel of love (1987). «Fue, por un tiempo, el fin de la E Street Band (la banda que le ha sido fiel desde 1972). No sabía qué me depararía el futuro y fue un verdadero paréntesis. Después, me enfrasqué en la vida de casado, en la familia, nuestros hijos eran pequeños y quería estar en casa. Seguí grabando discos. Simplemente no los publiqué».
Cuatro de los siete álbumes perdidos datan de los noventa, cuando Springsteen y Patti Scialfa –una exnovia de sus días en Nueva Jersey con la que se reencontró en 1988– estaban ocupados criando a Evan, Jessica y Sam. La familia se mudó a Beverly Hills en 1990 y, aunque regresaron a su tierra natal al alcanzar los niños la edad escolar, es extraño pensar en Springsteen entre las estrellas de cine. «No estaba metido en ese mundillo –matiza–. Llevábamos una vida tranquila. La vida nocturna nunca me gustó. La veía demasiado superficial. Y yo era un joven serio».
¿Incluso a los 20 años? «El único club del que entraba y salía era el Stone Pony, en Asbury Park (la ciudad costera de Nueva Jersey donde comenzó a tocar). Y era porque actuaba allí».
Existe la idea errónea de que en los noventa, agobiado por las responsabilidades familiares, dejó de ser el tipo más trabajador del rock. «En 1995 hicimos Somewhere north of Nashville de día y The ghost of Tom Joad de noche –dice, como prueba de que su ética de trabajo se mantuvo inquebrantable–. Pensé que todo iba a ser un solo disco».
–¿Por qué grabar todos estos álbumes y no publicarlos?
–Publico con mucho cuidado. Pienso en cómo continuar la conversación que mantengo con mi público. Las Philadelphia sessions quizá no salieron porque ya había escrito tres álbumes sobre relaciones y un cuarto tan oscuro como ese no encajaría. Algunos álbumes los vi demasiado experimentales, radicales.
Sobre Inyo revela que «surgió en California, rodeado de la cultura mexicana y sintiendo que ese era el futuro de Estados Unidos: el multiculturalismo. «Mi pueblo natal ahora es un 48 por ciento hispano. Un mexicano que nos enseñó a montar a caballo a la familia terminó trabajando cinco años en la granja. Gran parte de la inspiración vino de él. No pretendía transmitir un mensaje político; solo crear historias. Pero ahora el tema ha cobrado protagonismo».
Siempre que se intensifica el debate sobre inmigración, las vidas de sus protagonistas parecen desvanecerse. «Es lo que vemos últimamente, y es repugnante y deshumanizante para tanta gente que vive aquí –dice sobre la represión migratoria en su país–. Con estas canciones busco la empatía, que te pongas en el lugar del otro».
Springsteen pronuncia encendidos discursos contra Trump en los conciertos de su última gira, tildándolo de «corrupto, incompetente y traidor». El presidente replicó llamándolo «pasa seca» y añadiendo que «debería callarse hasta que regrese al país», una amenaza apenas disimulada. «Es una tragedia –dice al describir el clima político–. Vivimos un momento terrible: el Congreso se ha neutralizado a sí mismo y los límites que antes impedían un liderazgo así están desintegrados».
"Los niños crecieron en una casa del pueblo no muy distinta a las de sus amigos: llevaron una vida muy normal. Cualquier otra cosa habría sido una carga"
La gente generalmente vota con el bolsillo, sugiero, lo que probablemente reducirá el atractivo popular de Trump si los aranceles globales y las leyes de inmigración más estrictas disparan la inflación. «Sí, y la pura incompetencia (de la administración) puede ser la semilla de su propia destrucción. Pero no sé qué va a pasar. No he vivido algo así en toda mi vida y tengo 75 años».
La edad, precisamente, quizá haya influido en su decisión de publicar estos álbumes perdidos. Y eso que el cantante luce impecable: nunca ha consumido drogas, practica ejercicio, come una vez al día –la cena y fruta por la mañana: «Me mantiene fuerte y delgado»– y mantiene intacta su capacidad de trabajo. «Sigo en las minas de sal, trabajando duro. A veces llevas dos años trabajando y no llega nada, y luego... ¡bang! Wrecking ball (2012) surgió porque un día conducía a casa tarareando: 'Saca al perro, yo saco al gato...'. Eso fue Easy money. A partir de ahí, el álbum se terminó en tres semanas».
–¿Nunca se seca el pozo?
–Siempre. Y, cuando pasa, vivo la vida porque uno no sabe de qué se nutre su subconsciente hasta que llega a la consciencia. Cuando no escribo, tengo relativa confianza en que mi vida interior continúa, en que algo surgirá... Aunque ningún artista sabe si volverá a escribir una buena canción.
Ahí radica la tortura. Hay que vivir con ello. Es parte del trabajo.
Springsteen da la impresión de ser un tipo normal, aunque rico y famoso desde hace 50 años. ¿Cómo se mantiene conectado con el mundo del que escribe? «Porque no creo que perdamos nada de lo que somos. Los primeros 20 años te moldean, quizá más en mi caso, porque firmé muchos contratos malos y a los 30 solo tenía 20.000 dólares en el banco. Sigo sintiendo curiosidad por el mundo. Y volver a Nueva Jersey es la mejor decisión que he tomado. Conozco al alcalde, al cura, al barbero... Soy amigo de los chicos con los que tocaba a los 15 y nos vemos en la pizzería una vez al año. Esas conexiones son una parte alegre de mi vida».
Luego está la familia. «Todo en Lucky town gira en torno a Patti –comenta sobre su álbum de 1992–. Ella acaba de terminar un disco precioso y, a veces, la gente pasa por alto su trabajo, pero tenerla en casa es una inspiración en sí misma».
–¿Cómo lidian sus hijos con tener un padre famoso?
–Lo ignoran –responde Springsteen–. Pueden venir a un concierto, traer a sus amigos, pero nunca ha sido parte fundamental de sus vidas.
De hecho, en su casa no hay discos de platino en las paredes ni estatuillas en la repisa de la chimenea. «Salvo por unas cuantas guitarras y un piano, nadie diría que aquí viven músicos –dice–. Los niños crecieron en otra casa del pueblo, una mediana, no muy distinta a las de sus amigos, y tratamos de que llevaran una vida muy normal. Cualquier otra cosa es una carga que no necesitan. Por suerte, yo tuve como referentes a Elvis, los Beatles y Bob Dylan, para seguir sus pasos... o no. De ahí aprendí lo importante que es no perder de vista quién soy ni el trabajo que hago. Es más importante que el dinero, aunque es genial que me paguen bien; más que la fama, aunque también puede ser divertida y, a veces, un fastidio. Simplemente, quería escribir grandes canciones, dar grandes conciertos y conversar con un público estupendo. A eso he dedicado mi vida».
Le pregunto sobre los sentimientos que le genera repasar estos álbumes, visiones alternativas de cómo podría haber sido su vida. «Lo bueno de los discos es que son lo que dicen ser: un registro de quién eras y dónde estabas en un momento dado. En la vida de otras personas, los hijos o un trabajo pueden cumplir esa función, pero yo tengo un registro de mi existencia y de lo que tenía presente. Es agradable revisitarlo de vez en cuando».
Joyas de un mito musical en el cajón
Bruce Springsteen ha publicado 21 álbumes de estudio en los últimos 52 años con ventas superiores a los 150 millones de copias. Ahora recupera siete discos completos que decidió no publicar en diversos momentos de su trayectoria. Revisamos cuatro de ellos que, de haber sido lanzados, habría transformado de forma significativa su carrera musical.
‘LA GARAGE SESSIONS ’83’, un eslabón perdido
Con esta grabación, posterior al oscuro Nebraska (publicado en 1982), el Boss quiso seguir la senda de esa íntima obra maestra. Cambió de opinión y, al final, prefirió lanzar Born in the USA (1984), el disco que, con más de 30 millones de copias vendidas, lo convirtió en una auténtica megaestrella.
‘THE STREETS OF PHILADELPHIA SESSIONS’, pasado de rosca
Tras el éxito de la canción Streets of Philadelphia (1993), ganadora del Óscar, Bruce se puso a experimentar con el hip hop, los sintetizadores y los ritmos programados. El resultado fue una grabación tan oscura que decidió archivarla.
‘SOMEWHERE NORTH OF NASHVILLE’, válvula de escape
Al final de cada sesión del tan sombrío y áspero como celebrado The ghost of Tom Joad (1995), el Boss se desahogaba en casa con su banda con estas alegres composiciones de country y rockabilly.
‘INYO’, historias de inmigrantes
Entre 1995 y 1997, Springsteeen escribió estas canciones que cuentan historias de inmigrantes y que incluyen vientos de mariachi mexicano. Es considerado como el más elegante de sus siete discos perdidos.