
Mohamed Al-Fayed, el ‘suegro’ de Lady Di
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Mohamed Al-Fayed, el ‘suegro’ de Lady Di
Viernes, 11 de Julio 2025, 08:42h
Tiempo de lectura: 8 min
Philippa tenía 18 años cuando empezó a trabajar para Mohamed Al-Fayed como asistente personal en Harrods. El segundo día, la citaron a una reunión con él y sus seis compañeras asistentes. Le dijeron que se sentara junto al presidente. «Estaba claro que no estaba contento», recuerda.
Fayed señaló a una asistente y le dijo: «Tus tacones son demasiado altos; tírate al suelo, arrástrate como un burro».
Philippa recuerda que la mujer llevaba zapatos planos. Pero eso era irrelevante. Fayed quería abusar de alguien. «Como un burro –repitió Fayed–. ¡Rápido! ¡Al suelo, ya!».
Tal era el control que tenía Fayed sobre su personal que la mujer cayó al suelo sobre cuatro patas.
Fayed gritó: «¡Rebuzna como un burro!». La mujer lloraba, lo que hizo reír a Fayed. Algunas de las otras mujeres también empezaron a llorar, y eso lo hizo reír aún más.
Luego le lanzó a la mujer billetes de veinte libras y le dijo que los recogiera con la boca. No le permitió parar hasta que recogió todo el dinero. «Entonces se giró hacia mí y me preguntó: '¿Cuál sigue?'. No dije nada, y me dijo que si no elegía me despedirían», recuerda Philippa. «Entonces alguien llamó a la puerta, se distrajo y allí mismo nos despidió a todas».
Philippa lo cuenta ahora en el libro The monster of Harrods, de Alison Kervin, que recoge el testimonio de 60 sobrevivientes, testigos y exempleados de Harrods. Cuenta Kervin que durante 30 años Fayed fue un depredador que constantemente buscaba mujeres entre las empleadas de Harrods y sus otros negocios para abusar de ellas. «Sus necesidades eran simples: debía ser inglesa, rubia, alta, delgada y guapa, preferiblemente con un acento marcado».
Liz llevaba tres semanas trabajando en Harrods en 1994 cuando Fayed la violó en el apartamento que tenía en el ático de los grandes almacenes. Todo comenzó en el momento en que él se fijó en ella mientras compraba en Harrods con una amiga.
«Nos sentimos halagadas cuando vino a hablar con nosotras. Nos preguntó qué hacíamos y le dijimos que acabábamos de terminar el bachillerato», recuerda. Una mujer que lo acompañaba tomó los datos de Liz y le dijo que fuera el lunes, que le darían un trabajo en perfumería. «Fue emocionante. Cosas así no te pasan cuando eres una colegiala de Essex».
Tres semanas después, Fayed llamó a Liz a su ático. «Me pidió que grabara un vídeo diciendo lo mucho que disfrutaba trabajando en Harrods». Le dijo que la luz en el dormitorio era mucho mejor. «Apenas había entrado cuando se abalanzó sobre mí. Pensé que se había caído cuando me empujó, pero entonces metió la mano bajo mi falda y se hizo evidente lo que estaba pasando. Al principio me quedé paralizada y luego intenté defenderme. Grité y me tapó la boca con la mano. Me violó».
Ensangrentada y llorando, salió corriendo del apartamento de Fayed. Intentó tranquilizarse en el pasillo y, desconcertada, regresó a la planta de perfumes. Poco después, dos agentes de seguridad la hicieron marchar por la tienda delante de todos y la condujeron al sótano.
«Mi pánico era que me violaran de nuevo. Me temblaban las piernas. Entonces entró otro agente de seguridad. Me entregó mi abrigo y dijo que tenían motivos para creer que había robado en la tienda». Sacó un frasco de perfume del abrigo.
«Me dijeron que podía recibir una suma de dinero, firmar un acuerdo de confidencialidad y marcharme, o llamarían a la Policía, que me arrestaría».
Liz se fue con 250 libras (300 euros) en efectivo y la vida arruinada. Incluso ahora el recuerdo de Fayed apretándole la garganta le viene a la mente cuando menos lo espera.
Dos años después, en 1996, Charlotte empezó a trabajar en Harrods como auxiliar administrativa, un día después de cumplir 16 años. En su primer día la llamaron a la oficina de Fayed. «¿Tienes novio?», preguntó el millonario. «¿Tienes sexo con él?». Charlotte era virgen y no quería hablar de eso con su jefe, se limitaba a esquivar su mirada hasta que la dejó ir. Pero unas horas más tarde uno de los asistentes de Fayed le dijo que tenía que hacerse un reconocimiento médico. En ese mismo momento.
Le realizaron un examen básico y luego le indicaron que necesitaba otro para detectar infecciones de transmisión sexual. Charlotte explicó que era virgen, pero el médico insistió.
«Sangré. Me dolió mucho, y el médico solo me dijo: 'Ah, entonces eres virgen'». Unas semanas después, a Charlotte le dijeron que fuera al apartamento de Fayed, donde él la violó.
Como ocurre en casos similares al de Al-Fayed, fue necesario todo un entramado de agentes y empleados que facilitaron durante años los crímenes del multimillonario, que nació en Alejandría donde empezó como vendedor ambulante e hizo fortuna en el sector de la construcción. A los 40 años decidió instalarse en Europa, donde crearía un imperio del lujo.
Uno de los testimonios recogidos en el libro de Kervin es el de Biggie, uno de los 'generales' del ejército de agentes de seguridad de Fayed. «Cuando quería que investigáramos a una mujer, decía: 'Me gustaría traerla a mi consultorio'», cuenta Biggie. «Pero no pensé que estuviéramos alineando a mujeres para violarlas», se justifica, para contradecirse acto seguido al reconocer que vio a muchas chicas salir de la oficina de Fayed llorando y aterrorizadas.
«No me siento orgulloso, pero la verdad es que a nadie le importaban las mujeres porque a Fayed no le importaban, y nos enseñaron a hacer todo lo que él quisiera».
John Macnamara era el jefe de seguridad de Fayed. Había pasado 28 años en la Policía. Según Biggie, si alguna chica se acercaba a una comisaría, los policías avisaban a Macnamara inmediatamente y él la presionaba para retirar los cargos. A cambio, los agentes recibían generosos regalos de los almacenes: trajes, bolsos, cosméticos gratis.
Al-Fayed también se aseguraba de tener controlados a sus empleados hombres. Para eso contaba con Jack 'el ingeniero', el encargado del espionaje telefónico. «Había grabadoras por todas partes y me aseguraba de que todo se grabara con claridad. El presidente no escuchaba la mayoría de lo que grabábamos, pero era importante que lo archiváramos todo por si acaso lo pedía». Jack dice que grabó a todos: desde los miembros de la junta directiva hasta los chóferes. «Solo hacía mi trabajo», sostiene.
Lila empezó a trabajar para Fayed en 1990 en el salón de belleza de Harrods. Un día, Fayed le explicó que tenían que ir a París, al Ritz –del que era propietario–, para unas reuniones. En el hotel, mientras tomaba café, Fayed y otro hombre hablaban en lo que ella imagina que era árabe.
Esa noche, después de una cena muy incómoda con Fayed en la que él insistía en que bebiese, ella subió a su habitación y descubrió que no había cerrojo en la puerta.
Llamó a recepción. Le dijeron que esa era la habitación que había elegido el señor Fayed.
Ella intentó dormir, pero lo hizo sin quitarse la ropa: tenía miedo de que Fayed entrara. Sus peores pesadillas se hicieron realidad a la una de la madrugada cuando, gritando y maldiciendo, él empujó las sillas que ella había apilado frente a la puerta. «Estaba muy furioso. Empezó a arrancarme la ropa. Me violó y me desmayé».
Al despertar, recuerda que se sintió como si hubiera sufrido un accidente de coche. «No podía dejar de temblar. Tardé unos minutos en darme cuenta de que estaba en otra habitación. Fue entonces cuando el terror se apoderó de mí».
Cuando miró a la cama, se dio cuenta de que no era Fayed, sino el egipcio que había conocido antes. «Más tarde descubrí que era Salah, el hermano de Fayed».
Mientras Lila corría por el pasillo con la ropa apenas puesta, se dio cuenta de que sangraba. Intentó explicarle al personal del hotel que necesitaba ayuda. Las mujeres de recepción se dispusieron a llamar a Fayed. «Grité: '¡No llames!'. Otra mujer subió a la habitación y me trajo mis cosas. Pidió un taxi y me fui».
«Nunca se lo conté a la Policía –reconoce Lilla–. Solo se lo conté a mi esposo hace unos cinco años; era incapaz de tener relaciones con él. Me gustaría decir que estoy mucho mejor ahora, pero la verdad es que no».
Mohamed Al-Fayed fue investigado por la Policía tres veces mientras estaba vivo, pero nunca fue procesado. En 2008 fue acusado de agredir sexualmente a una joven de 15 años en Harrods. La Fiscalía declaró que no había pruebas suficientes para procesarlo. En 2015, la Policía lo investigó tras las acusaciones de violación de otra mujer. Una vez más, no se inició ningún proceso. Lo mismo sucedió en 2018. Un portavoz de la Fiscalía explicó: «Para iniciar un proceso judicial, la Fiscalía debe confiar en que existe una posibilidad realista de condena; nuestros fiscales analizaron la evidencia y concluyeron que ese no era el caso».