
La Sección de Delitos contra las Personas
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La Sección de Delitos contra las Personas
Viernes, 30 de Mayo 2025, 12:03h
Tiempo de lectura: 10 min
Entra Lorenzo Silva en la UCO, Unidad Central Operativa, la élite de la Guardia Civil, y parece que regresara a la oficina tras una larga ausencia. Saludos, abrazos; efusión generalizada ante el reencuentro. Comandantes, capitanes, tenientes, suboficiales de la Sección de Delitos contra las Personas, hasta el mismísimo coronel sale a charlar con el escritor madrileño de 58 años. Firma copias de Las fuerzas contrarias (Ediciones Destino), su nuevo libro, y responde a todo tipo de preguntas con la naturalidad y confianza de quien es considerado uno más. Y, en cierto modo, lo es.
Hace tres lustros, Silva fue nombrado Guardia Civil Honorario por acercar al gran público a este cuerpo policial con más de 180 años de historia. Empezó a hacerlo hace ya tres décadas. Rubén Bevilacqua y Virginia Chamorro, protagonistas de la primera saga literaria protagonizada por una pareja de investigadores beneméritos, brotaron de la mente de su 'padre' tras una singular búsqueda entre elementos literarios, pragmáticos y personales barnizados con recuerdos de infancia. Fue en 1995, año en que escribió El lejano país de los estanques, primera entrega de la saga. Con la última, ambientada en los días de la pandemia, ya lleva catorce –dos libros de relatos y doce novelas–. En la sede de la UCO, Silva revela detalles de sus personajes a XLSemanal mientras reflexiona sobre la pandemia y el trato a los mayores, la literatura o las presiones del poder sobre los servidores públicos.
XLSemanal. Han pasado treinta años desde aquella primera novela de Bevilacqua y Chamorro. ¿Sigue con ganas de más?
Lorenzo Silva. Sin duda. Y ya pienso en la próxima. En treinta años de convivencia con estos dos personajes, nunca han abandonado mi mente. Recuerdo que mandé la primera a doce editoriales y nadie me la quiso publicar. Tardé tres años en conseguirlo. Por cierto, ¿qué tipo de bodas se celebran con treinta años?
XL. Las bodas de perla...
L.S. Me gusta... Y te confieso que nunca esperé llegar tan lejos. Sostener una serie tanto tiempo, y más en España, es algo excepcional.
XL. ¿Hasta dónde esperaba llegar con Bevilacqua y Chamorro?
L.S. No muy lejos [se ríe]. La primera fue un experimento con un género que en España no funcionaba y era despreciado por la Academia. Pero Raymond Chandler, mi autor más admirado, me mostró que era posible acercarse al género criminal desde la vocación de estilo y hacer literatura.
«Como guardia civil, lo último que te apetece en tus ratos libres es leerte una novela de guardias civiles». Lorenzo Silva suelta una carcajada y le da la razón al capitán de la UCO sentado frente a él.
«Lo entiendo perfectamente». Lo rodean un coman-dante, un teniente, un sargento, una guardia y el propio capitán, miembros de la Sección de Delitos contra las Personas. «Yo me tomo licencias en cuanto a grados y funciones —explica Silva—, pero este sería un equipo equivalente al de una investigación de Bevilacqua y Chamorro».
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XL. Reformulo: ¿hasta dónde esperaba llegar una vez que empezó a tener éxito?
L.S. Cuando se publicó y me dieron el Premio Ojo Crítico; tuvo buenas críticas y lanzamos cuatro ediciones en dos meses. Escribí la segunda, El alquimista impaciente, gané el Nadal y vendió doscientos mil ejemplares. ¡En España! Ahí me planteé la serie, pero unas seis o siete entregas, como Chandler, que hizo siete de Marlowe. La mejor, la sexta: El largo adiós. Así que pensé: «Como mucho, seis».
XL. Pero llegó a esa cifra y siguió...
L.S. Sí, porque los personajes se resistían a morir, estaban muy vivos. Por eso a partir de ahí dejé de verlo como una serie, sino como una novela en catorce entregas. Estoy escribiendo la vida de dos personas con las que llevo treinta años.
XL. Hay saga, entonces, para rato. ¿Alguna idea de cuántas más?
L.S. No, pero, mira, decía Robert Musil que la literatura es un ejercicio de optimismo, porque hay que creer que uno va a vivir el tiempo suficiente como para terminar una novela. Esa anotación en sus diarios, que yo leí de joven, me sirvió de guía. Pensaba en ella al escribir mis primeras novelas; vivía acojonado, temía morir sin terminarla.
XL. ¿Cuándo dejó de pasarle eso?
L.S. Igual hasta que publiqué por fin una: Noviembre sin violetas. Fue un libro invisible.
XL. Ese año, 1995, escribió El lejano país de los estanques, la primera de Bevilacqua y Chamorro. ¿Qué personaje nació primero?
L.S. Nacieron a la vez. Lo primero fue el crimen. Una turista atractiva, provocadora y problemática es asesinada en Mallorca. Después: ¿quién lo ha hecho? Con ese perfil pudo haber sido mucha gente. Y a partir de ahí pensé en los investigadores. No tenía una idea preconcebida.
XL. ¿Qué opciones se planteó?
L.S. Pensé en un periodista, que es un personaje muy neutro; en el típico investigador canónico del género, aunque no es lo mismo en España que en Estados Unidos. Pensé también en un familiar de la víctima: que venga el hermano o el padre a investigar. Cosas así.
XL. ¿Cuál fue el clic final?
L.S. El propio crimen. Si una mujer aparece muerta en una cala de Mallorca, ¿quién investiga ese caso? Policía Judicial de la Guardia Civil. Me vino de repente. «Coño, esto mola, la gente no se lo espera». La idea me encantó, era un riesgo, para muchos incluso una provocación.
XL. ¿Que uno de ellos fuera mujer era parte de esa provocación?
L.S. Claro [se ríe], pero fue algo automático. Tienen que ser un hombre y una mujer. Piensa que por aquel entonces había muy pocas guardias civiles, casi todas hijas de militares o de guardias, y ninguna en puestos de mando. Vamos, que me iba la marcha [se ríe].
XL. Son dos policías alejados del estereotipo asociado entonces a la Guardia Civil, ¿en qué pensó?
L.S. Los dos están anclados en mi experiencia personal. El primer paso en la vida literaria de Bevilacqua lo di cuando hice la mili. En mi cuartel se alojó un guardia civil un tanto misterioso. Llevaba el pelo largo, iba desaliñado, nunca le vi el uniforme, dormía en el pabellón de suboficiales porque resultó ser un sargento. Yo tenía 18 años y aquel tipo me fascinó, porque no me encajaba. Ese fue el germen de Bevilacqua.
XL. ¿Nació, entonces, antes que Chamorro?
L.S. Al contrario, porque Chamorro viene de las niñas de mi barrio. Yo vivía en una colonia militar donde varias de las niñas con las que crecí se hicieron guardias civiles, incluida una compañera del cole. Me inspiré en los perfiles de esas mujeres a las que conocía desde niñas. Pero estas dos historias son solo el germen de ambos personajes. Digo que surgieron a la vez, porque me los inventé juntos, especulando. Fue de repente, pum, me vinieron el sargento desaliñado y mis vecinas.
XL. ¿Puede ser que Bevilacqua, con una edad casi como la suya, se parezca cada vez más a usted?
L.S. Pero hay diferencias bastante importantes. Podemos pensar parecido en ciertos temas, pero él nunca opina en público. Es militar. En La llama de Focea trata todo el rato con un independentista que odia a la Guardia Civil y él le dice: «Aunque tenga usted esas ideas, es un ciudadano al que yo debo servir».
XL. ¿Qué opinaría Bevilacqua, en la intimidad, por supuesto, sobre el ministro Grande Marlaska o la 'policía patriótica'?
L.S. Nunca he ido tan lejos porque a mí no me interesa el ministro que, por cumplir órdenes de una jueza, destituyó a Pérez de los Cobos [hay referencias al caso en su última novela, sin mencionar el nombre del coronel], ni otros ministros que, en su lugar, es muy probable que hicieran lo mismo, sino ese esquema que va mucho más allá de un ministro y de una fuerza política concretos, y que no es un exclusivo del Gobierno que lo destituyó.
XL. ¿Insinúa que se da en otras administraciones?
L.S. Se extiende por los gobiernos autonómicos y locales de todos los colores políticos. En todas partes se presiona al profesional del servicio público para atender a la conveniencia del político de turno. El caso extremo es Estados Unidos, con un presidente intransigente a todo lo que no sean sus intereses. Está en juego nuestra sociedad. Porque una sociedad rehén de un poder que no rinde cuentas camina hacia el precipicio. «Lo que le place al príncipe es ley». Yo no quiero vivir ahí.
XL. ¿Qué lo ha llevado ahora a escribir una historia ambientada en la pandemia?
L.S. Mira, me tocaba. Con Bevilacqua no he esquivado nada. Dejé la novela anterior en la Navidad de 2019 y después venía 2020. Con cuatro años de perspectiva, además, ya podía analizar las cosas de una manera menos caliente. Me centré en cosas que mucha gente ha olvidado.
XL. ¿A qué se refiere?
L.S. A que hubo días que en Madrid morían quinientas personas: como dos 11-M. La gente se ha olvidado. Me refiero también a que a muchos ancianos les certificaron la muerte desde el portal sin siquiera mirarlos. Conozco a guardias civiles que levantaron cadáveres en más de ochenta domicilios a los que el médico no quiso subir. Tenían sus motivos, claro, pero es algo brutal. Al escribirla pensaba, ¿qué hemos sacado de la pandemia? Yo he sacado aprendizajes personales que han mejorado mi vida, pero siento que para mucha gente no ha sido así.
XL. Se decía que la sociedad, en su conjunto, iba a mejorar...
L.S. Pues no, las personas aprenden de forma individual, pero el rebaño aprende mal. La pandemia transforma a mis personajes, enriquece su conciencia de sí mismos, de su vínculo. Eso quería contar, porque la literatura, sin cerrar los ojos a lo incómodo y a lo oscuro, también debe mirar a lo que sirve para mantener alta la moral. Por eso es, paradójicamente, la novela de la serie con más ironía y sentido del humor, como un lenitivo de los personajes ante una tragedia tan masiva y brutal.