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Viernes, 30 de Mayo 2025, 11:59h
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Los prisioneros ruegan al Gobierno polaco que, por el amor de Dios, bombardee este campo y ponga fin a su sufrimiento». La frase la pronunciaba un joven que acababa de ser liberado tras cumplir su sentencia en aquel centro de detención. La recitaba de memoria a los dirigentes de la resistencia contra los nazis en Varsovia como parte de un texto que le había dictado y hecho memorizar un destacado miembro de esa resistencia apresado en ese mismo lugar: Witold Pilecki.
La escena se produjo en octubre de 1940 y aquel campo era Auschwitz. Aquella fue la primera alerta sobre las atroces condiciones que allí se vivían mucho antes de que aquello recibiese el nombre de campo de exterminio. El mensaje detallaba también el diseño de Auschwitz, incluidos sus almacenes de armas y municiones, con la esperanza de que alguien desde el exterior decidiera intervenir.
Pero lo que hace el relato extraordinario no es solo la temprana fecha en la que se comenzó a saber de la crueldad nazi, sino que quien elaboró el informe y planeó la estrategia para difundirlo, Pilecki, se había ofrecido voluntario para entrar en ese campo e intentar sabotearlo desde dentro.
Durante tres años, Pilecki logró emitir informes en los que dio cuenta de cómo Auschwitz pasó de ser un centro de internamiento principalmente destinado a prisioneros de guerra polacos a un lugar de exterminio para judíos de toda Europa.
El insólito gesto de valentía se produjo en septiembre de 1940. Pilecki, un veterano militar de 39 años y ferviente nacionalista polaco, se ofreció para que las fuerzas nazis lo arrestaran, con la esperanza de que lo encarcelaran en Auschwitz, en el sur de Polonia. Podían haberlo matado directamente, pero aun así se arriesgó. Entonces allí había sobre todo opositores y rebeldes, pero desde sus primeros días Auschwitz tenía una reputación de ser una cárcel donde se practicaba la extrema brutalidad. La resistencia polaca esperaba poder liberar a sus compañeros si se infiltraban y organizaban.
Las credenciales de Pilecki lo convertían en un candidato perfecto para el trabajo. Nacido en 1901 en una familia de católicos que ya había librado varias guerras defendiendo a Polonia de los rusos, Pilecki sirvió durante la Primera Guerra Mundial, siendo adolescente, y luego luchó en la guerra polaco-soviética de 1919 a 1921 contra el Ejército Rojo. Cuando el panorama bélico parecía tranquilizarse, se retiró del frente y se hizo cargo de la finca de su familia. En 1931 se casó con la maestra Maria Ostrowska, con la que tuvo dos hijos.
No duró mucho 'la vida normal'. Adolf Hitler rompió aquella precaria calma. El 1 de septiembre de 1939, los alemanes invadieron Polonia. Pilecki movilizó una unidad de reserva con la confianza de que el Ejército polaco podría derrotar a los alemanes, pero en poco más de un mes su país fue ocupado por los nazis.
Pilecki se unió a la resistencia clandestina, con la que los nazis, al principio, se ensañaron más que con los judíos, que estaban confinados en barrios cercados, como el gueto de Varsovia.
Los arrestos masivos de rebeldes polacos llevaron a los nazis a construir nuevos campos de prisioneros o renovar las estructuras ya existentes, como el antiguo cuartel militar en Oswiecim, que los alemanes llamaron Auschwitz.
La resistencia no podía saber en qué se convertiría Auschwitz después, pero tenía interés en saber qué estaba sucediendo dentro con su propia gente. Pilecki valoró durante días ofrecerse como voluntario para entrar, por él y por las implicaciones para su familia. Luego dio el paso: «Me despedí de todo lo que había conocido hasta entonces en esta tierra y entré en algo que aparentemente ya no era de este mundo», escribió más tarde.
El 19 de septiembre de 1940, Pilecki fue arrestado durante una redada en Varsovia, como habían planeado. Dos días después fue trasladado a Auschwitz. Se registró con una identidad falsa, utilizando los papeles de un tal Tomasz Serafinski, y pasó a ser el prisionero número 4859.
El maltrato comenzaba en el momento en que llegaban. «Nos afeitaron la cabeza y los cuerpos», escribió Pilecki. «Y me rompieron los dos primeros dientes. La razón es que llevaba el número de registro en la mano en lugar de llevarlo en la boca, como querían. Me golpearon en la mandíbula con una vara pesada». Las infracciones que podían suponer una paliza o algo peor incluían hablar, fumar, moverse despacio, correr... Por cada prisionero que escapara de este infierno, otros diez serían ejecutados. Cada mañana, los prisioneros se alineaban para su inspección al lado de los cadáveres de aquellos que habían muerto por la noche y se amontonaban en una pila junto a ellos.
El Informe Pilecki, cien páginas que relatan el funcionamiento del campo, recoge reflexiones del polaco que trascienden su época: «¿Cómo puede la humanidad actual afirmar ser una cultura avanzada? ¿Por qué nos atrevemos a mirar las caras de nuestros antepasados y reclamar nuestra superioridad, cuando en nuestros tiempos las fuerzas armadas destruyen no solo ejércitos hostiles, sino naciones enteras, sociedades inocentes y vulnerables, con... Leer más
A medida que el tamaño del campamento se expandía, construían crematorios más efectivos. El que había en 1940 podía quemar 'solo' 70 cadáveres cada 24 horas. Pilecki trabajó en ese crematorio. También ayudó a construir una villa adyacente al campamento para el comandante de Auschwitz Rudolf Höss y su familia, como aparece en la película La zona de interés.
A pesar de todo, Pilecki logró organizar una pequeña resistencia dentro del campo, lo que no era fácil porque no todos los reclusos tenían los mismos intereses. Lo hizo con células pequeñas, que no sabían las unas de las otras, pero basándose en algo para lo que los nazis no estaban preparados.
Jack Fairweather, autor de su biografía más completa, titulada The volunteer, destaca en él una cualidad: su capacidad para confiar en los demás. «En un lugar como Auschwitz, diseñado para romper los lazos entre los prisioneros, su fe en los demás tenía un potencial revolucionario. Cuando reclutaba a un deportado, no solo ponía a la red de rebeldes en sus manos, sino su propia vida», explica.
Esa red pronto empezó a enviar información al exterior, primero a través de los pocos prisioneros polacos que eran liberados y después mediante personal civil que realizaba trabajos para el campo pero vivía en el exterior.
Esa información se trasladaba luego al Gobierno polaco en el exilio en Londres, que la compartía con las potencias aliadas. Que pidiese un bombardeo sobre el campo obedecía a una lógica: las bombas distraerían a los guardias y darían a los presos una oportunidad de escapar. «Si los prisioneros murieran en el ataque, sería un alivio dadas las condiciones», explicaba Pilecki.
Sin embargo, los primeros informes no causaron impresión en sus receptores; en parte porque el Reino Unido estaba luchando por su propia supervivencia en medio del Blitz, los ataques aéreos alemanes.
Las filtraciones posteriores informaron a los aliados sobre las nuevas cámaras de exterminio donde los prisioneros eran asesinados con Zyklon B, el gas que permitiría a los nazis matar a millones. Pilecki y sus compañeros no conocían el alcance de aquel exterminio de judíos, que estaba ocurriendo a escala industrial, pero pronto entendieron la lógica de Hitler. A partir de 1942 llegaban al campamento todos los días trenes que transportaban a miles de judíos, y los nazis trabajaban lo más rápido posible para gasearlos y cremarlos. «Había muchas mujeres y niños, a veces bebés en sus cunas –informó Pilecki–. Aquí iban a acabar sus vidas, todos juntos, como una manada de animales llevados al matadero».
El empeoramiento de las condiciones exacerbó la creencia de Pilecki de que los aliados tenían que bombardear el campamento, incluso si eso significaba matar a víctimas inocentes, incluido él mismo.
La posibilidad de una revuelta de los reclusos era inviable, como quedó claro a medida que los nazis fusilaban a los hombres de Pilecki. Así que se negó a promover una revuelta que significaría un baño de sangre sin posibilidad de éxito. Después de tres años creyó que la única alternativa era intenta huir él mismo y contar lo que ocurría en persona.
Fugarse de Auschwitz era casi una misión imposible, pero Pilecki y dos compañeros se las arreglaron para que los asignaran como trabajadores de la panadería del campo, que estaba fuera del perímetro de seguridad. Una vez allí, el 26 de abril de 1943, al caer la noche desactivaron los cables de la alarma, abrieron una pesada puerta metálica y escaparon.
Finalmente libre, Pilecki pudo informar en detalle a las autoridades aliadas. En unas cien páginas se detallan la actividad de los crematorios, la experimentación con seres humanos y la larga lista de atrocidades que hoy conocemos. Pero los aliados tardaron en comprender la naturaleza sistemática del asesinato de los judíos de Europa y pensaron que, en aquel momento, vencer a Hitler en el campo de batalla era la prioridad. En Londres, la delegación del OSS estadounidense (el embrión de la CIA) archivó el informe con una nota que lo calificaba de «poco fiable».
Así que Pilecki siguió la guerra por su cuenta: en 1944 se reincorporó al Ejército Nacional Polaco y participó en el Levantamiento de Varsovia, en el que los polacos de la ciudad se rebelaron contra sus ocupantes nazis. Pero, sin la ayuda de los aliados, el esfuerzo también estaba condenado al fracaso. Además, Pilecki no podía volver con su esposa, Maria, que trabajaba como ama de llaves para una familia alemana, para no ponerla en peligro. Aunque luego logró reunirse con ella, nunca volvió a ver a sus hijos.
La vida de Pilecki terminó de forma especialmente trágica e irónica. Habiendo luchado contra el dominio sobre Polonia toda su vida, la ocupación soviética tras la guerra le parecía otra injerencia extranjera. Volvió a la clandestinidad hasta que la Policía secreta polaca, aliada de los soviéticos, lo arrestó en mayo de 1947. Sus propios compatriotas lo encarcelaron y lo torturaron durante más de un año antes de ejecutarlo ante un pelotón de fusilamiento el 25 de mayo de 1948. Tenía 47 años.
La historia de Pilecki se ocultó durante las décadas de la dictadura comunista. Fue solo con la caída de la Unión Soviética cuando los historiadores recuperaron su gesta. En 1990, Pilecki fue exonerado póstumamente y reconocido por sus acciones en tiempo de guerra.
Pilecki fue fusilado sin que su familia fuera informada. Krzysztof Krosior, tataranieto de Pilecki, contó: «Mi tatarabuela recordaba muy vivamente que un día fue a llevarle cosas a la cárcel y le dijeron que ya no estaba allí. Durante cuarenta años tuvo la esperanza de que se lo hubieran llevado a Siberia y algún día apareciera de vuelta». Hasta la fecha no se ha descubierto dónde está enterrado su cuerpo.