Aquel invento no solo enfrió las imprentas; impulsó la productividad y la migración en todo el planeta. En Estados Unidos hizo más habitables las ciudades del sur, lo que alteró incluso la política, al permitir que los jubilados conservadores del norte se instalasen en el sur, estados que cambiaron su demografía y su voto. Hay analistas que afirman que fue el aire acondicionado lo que dio la victoria a Ronald Reagan. Pero sobre todo megaurbes como Singapur y Shanghái, miserables si están sometidas al calor y la humedad, no existirían sin el aire acondicionado.
Antes de Carrier ya se usaban el hielo y la nieve para enfriar espacios. En el siglo XVII, el inventor Cornelius Drebbel utilizó nieve que había almacenado bajo tierra para «convertir el verano en invierno». Logró el efecto mezclando la nieve con sal y nitrato de potasio.
Que una máquina pudiese controlar el clima era considerado un pecado por los líderes religiosos
El hielo se usaría dos siglos después para enfriar la habitación en la que agonizaba el presidente James A. Garfield, al que dispararon el 2 de julio de 1881. El astrónomo Simon Newcomb montó un ventilador, movido por un motor, que soplaba sobre un cubo gigante de hielo y bajaba unos grados la temperatura.
Poco antes, en 1851, un médico de Florida, John Gorrie, hizo algo similar para aliviar las fiebres de los pacientes con malaria y registró la patente de la primera 'máquina de hielo'. Pero entonces enfriar el aire se consideraba un pecado. Hacer fuego para calentarse en invierno estaba bien, pero para los líderes religiosos que una máquina pudiera controlar el clima era pecaminoso. Incluso a principios del siglo XX el Congreso estadounidense se resistiría a usar aire acondicionado por miedo a la reacción de los votantes.
Después de Carrier, la nueva tecnología se extendió y llegó a los hogares. En 1932 se comercializó un aparato que se apoyaba en el alféizar de la ventana, similar a los de hoy en día, y lo cierto es que poco se ha innovado desde entonces.