Viernes, 11 de Julio 2025, 08:25h
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Bajar la persiana, echar el cierre, bajar el telón. Tres metáforas que recogen una realidad ineludible para los humanos: todos los caminos tienen un final, de todos los trenes –vaya de paso otra metáfora– hemos de acabar apeándonos. Escribe una empresaria para compartir sus emociones al dar por acabado su proyecto. La carta de la semana es de alguien que a sus noventa y tres años ha de aceptar que no le renueven el carné de conducir. Otro lector evoca a aquellos a los que les bajaron la persiana por la fuerza, unos criminales a los que a su vez –no debe olvidarse– fue la justicia la que les cerró la tienda que querían continuar regentando. La nota discordante la ponen quienes presumiendo perdido –no sin motivo– el favor de la ciudadanía aspiran a seguir viaje sin él. Qué mala consejera es la vanidad.
LAS CARTAS DE LOS LECTORES
27 de junio
Ese día quedó institucionalizado como el de homenaje a las víctimas del terrorismo; unas novecientas personas perdieron la vida, miles resultaron heridas, víctimas del ataque de una vesania llevada a cabo por talibanes y ayatolás autóctonos, ultraortodoxos enajenados que se presentaron como un mesías con su peculiar catarsis a sangre y fuego para exterminar al 'enemigo'. La vida sigue, no igual, pero sigue; qué menos que recordarlos un día: niños, adolescentes, mujeres y varones a quienes se les arrebató sus vidas. Nos horrorizamos, con razón, ante las atrocidades que se perpetran infligiendo dolor allende nuestras fronteras, pero nosotros hemos ninguneado al vecino, compañero de trabajo, aula, amigo de cuadrilla, etc., por miedo al qué dirán, ergo, por cobardes. Decía Montaigne que la cobardía es la madre de la crueldad, y tanto los asesinos como quienes callaron fueron el epítome, la quintaesencia, de lo que significa ser un cobarde cruel. Esta fecha visibiliza el calvario que arrostraron, el apartheid al que fueron sometidos tratados como leprosos sociales, la infamia con la que se rodeó a asesinados y familiares; la autocrítica es indispensable. In memoriam a todas las víctimas del terrorismo.
Francisco Javier Sáenz Martínez. Lasarte-Oria (Guipúzcoa)
No lo vamos a permitir
¿Qué es eso de «no lo vamos a permitir»? Ante la debacle del Gobierno por los casos de corrupción, los grupos que mantienen al Partido Socialista niegan la mayor, excusándose en que no permitirán la llegada de la derecha y ultraderecha al poder. Nadie se da cuenta de que ese «no lo vamos a permitir» es una suavona zancadilla al centro neurálgico de la democracia, en la que solo el pueblo permite. Y con ello asume sus aciertos y errores. No intento con esto aconsejar tomar una dirección u otra. Se trata de tomarse la Democracia en serio, aunque en ello vaya tu ocaso.
Francisco García Castro. Estepona (Málaga)
Cerrar una empresa
Cerrar una empresa no es cerrar una puerta. Es quebrar una línea trazada en el destino, dejar de regar la tierra que sembramos ayer para recoger los frutos mañana. Es romper un paisaje. Hay un borrón en las postales. Es cancelar un contrato, dejar de gastar las aceras de esa calle, cada mañana y cada tarde. Cerrar una empresa no es cambiar de actividad, es apagar el letrero que da luz a nuestro punto de encuentro. No es calcular ganancias y pérdidas, es arriar la bandera del campo de batalla donde luchan los proyectos, los imposibles, la realidad y los sueños. Y aun así: cuando se entrega una llave, cuando se rompe un contrato, cuando se apaga una luz, ¡el cosmos no lo sabe! El sol te dará la luz, la llave de tu casa sigue en tu bolsillo, y tu contrato se mantiene con los tuyos. Y sigue abierta la empresa de vivir.
Esperanza García Silva. Sevilla
Hace tiempo que como sola
Trabajo en el Programa de Protección Internacional de San Juan de Dios Gipuzkoa. Hace unos días acudí muy temprano al domicilio de M.E.B —usuaria del programa— a realizar una intervención. Al terminarla me ofrecí a llevarlos a ella y a su hijo en mi coche a la ikastola. Paré a escasos cien metros de la puerta principal y esperé mientras ella entraba con el pequeño. Me sorprendió su tardanza y, para mi sorpresa, volvió con dos cafés y dos trenzas de crema que había comprado en una cafetería cercana. Al subir al coche se lo agradecí y enseguida busqué una ubicación adecuada para que ambas cosas no se cayesen durante el trayecto. Cuando la encontré y me disponía a girar la llave para arrancar, ella me miró y me dijo que lo había comprado para compartirlo conmigo, por lo que me pedía, por favor, que desayunásemos tranquilamente en el coche, y después ya continuaríamos el itinerario. Noté una sensibilidad especial en ella, así que, como íbamos muy bien de tiempo, acepté la invitación. No tardó en pronunciar la frase que lleva desde entonces resonando en mi cabeza: «Hace tiempo que como sola». Un golpe de realidad impactó con dureza en mí. M.E.B tiene treinta años y se siente muy sola. No recuerdo un desayuno que haya tardado tanto tiempo en terminarme. Lo estiré todo lo que el reloj nos permitió. Intenté de alguna manera ralentizar el tiempo y que la fugacidad de aquel momento dejase su poso en la eternidad de nuestro recuerdo. Cuando las agujas del reloj nos indicaron que debíamos continuar con el trayecto, arranqué. Al llegar a nuestro destino aparqué el coche, nos bajamos y despedimos con un fraternal abrazo. Entonces el tiempo se volvió a ralentizar —pero esta vez de manera natural, por sí solo, sin que nadie lo buscase—. Le agradecí a M.E.B que, sin quererlo, me recordase lo verdaderamente importante. Aún no sé si lo llegó a entender. Nos sonreímos, me giré y subí a mi coche. Arranqué y me puse en marcha. Fue raro. La radio sonaba, pero yo solo escuchaba una cosa: «Hace tiempo que como sola».
Alejandro Sáenz Muriel. Aia. Gipuzkoa
Totalitarismos
Dos tipos de totalitarismos han persistido a lo largo de la Historia de la Humanidad: el político y el religioso. Ambos se buscan y frecuentemente se alían. Porque a ambos les conviene esa alianza para el logro del fin perseguido. Que no es otro que la sumisión. Uno y otro se reparten las funciones: el primero el sometimiento del cuerpo; el otro el de subyugar la conciencia. En ambos casos, despojan al ser humano de su capacidad de deliberación racional y libre por el procedimiento de su sacralización. Sacralización que crea fanáticos, los cuales se adhieren incondicionalmente a los credos y preceptos que dicta la autoridad espiritual sin someterlos siquiera al juicio de la conciencia.
Gerardo Seisdedos. Correo electrónico
Triste Figura
La rapidez con la que en los medios audiovisuales se transmiten noticias provoca que acontecimientos o personajes, que hoy vivimos como el más allá de lo sorprendente o de lo arquetípico, se olviden en menos de una semana con noticias que superan las anteriores. Por este motivo es muy difícil que se retengan por mucho tiempo momentos que nos parecían el no va más. Personajes como Rita la cantaora, o como Calleja el de los cuentos, Juan Palomo, el moro Muza, Picio, Abundio o Juan Lanas hoy no sería posible que quedasen en la mente de los hablantes y mucho menos que se recordasen con expresiones como «Yo me lo guiso o yo me lo como, como Juan Palomo» o «Que trabaje Rita». En la comparecencia del lunes 19 de junio, Pedro Sánchez se mostraba con un careto y un maquillaje de penitente nazareno que, en comparación, los personajes del entierro del Conde de Orgaz parecían de fiesta, y hasta pudiera ser que superase al de La Triste Figura. «Más triste que Pedro Sánchez» sería una expresión que pudiera quedar en el subconsciente idiomático de una lengua, si la rapidez de la información actual no borrase cualquier recuerdo.
Javier Fatás Cebollada. Zaragoza
LA CARTA DE LA SEMANA
Al final del camino
No me han renovado el permiso de conducir. Reconozco que no injustamente. A mis 93 años, no tengo los reflejos que a los 60. No obstante, mientras otras carencias propias de la ancianidad han llegado paulatinamente, esta circunstancia se ha presentado de súbito. Y me obliga a reflexionar: cuando voy por la calle a hacer las pequeñas compras diarias, ando involuntariamente más despacio. Pero ando. Cuando leo, tiendo a dormirme, pero aun dormitando leo, y cuando escribo me canso porque no aparecen en mi mente esas palabras adecuadas que completan la belleza de la frase. Pero escribo. Mi afición por mandar a la prensa cartas al director ha decaído. Es la vanidad por el temor de no verlas publicadas y menos aún premiadas, como ocurría en mis buenos tiempos. Pero si a mi edad ando, leo y escribo. ¿Qué más quiero? Voy a sacar el mayor rendimiento posible a esas cualidades que, aunque no floridas, aún están ahí y, echando a un lado la vanidad, hoy escribo esta carta y la envío.
Juan José Osácar Flaquer. Zaragoza
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